Libres del cuerpo de muerte
«El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6: 23).
Considera conmigo estas dos historias. El ejército de los cananeos cayó ante los israelitas. Sísara, su general, huyó para salvar su vida, y cuando llegó a la tienda de Jael, esta salió a su encuentro y le ofreció asilo en su casa. Luego de beber un poco de leche, Sísara se quedó dormido, pues estaba cansado de la batalla. Entonces Jael tomó un martillo y una estaca, y «le clavó la estaca en la sien contra la tierra. Así murió Sísara» (Jueces 4: 21).
A pesar de los consejos de sus padres, Sansón se había enamorado de una filistea del valle de Sorec. En varias ocasiones, mientras dormía en su casa, había sido despertado con el grito: «¡Sansón, te atacan los filisteos!». Sin embargo, Sansón no quería reconocer el peligro. Jugó con el enemigo hasta que confesó a Dalila el secreto de su fuerza. Entonces los filisteos lo ataron, le sacaron los ojos y lo pusieron en prisión.
El descuido de Sísara y la temeridad de Sansón ilustran muy bien las consecuencias de jugar con el pecado. Cuando nos permitimos estar en compañía del pecado, este se levanta contra nosotros cuando somos débiles, y finalmente nos destruye. El pecado es un amo cruel y su paga es la muerte.
Sobre el pecado el apóstol señala: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7: 24, RV95). En este pasaje Pablo hace alusión a una antigua costumbre de encadenar al asesino convicto junto al cadáver de su víctima. De este modo el asesino se veía obligado a vivir el resto de su vida bajo el peso y el hedor putrefacto del cadáver. Con el tiempo, la carne podrida de su víctima se llenaría de bacterias, infectando al asesino y conduciéndolo a un final horrible y espeluznante.
Pero ¿por qué habríamos de servir al pecado cuando hay poder en Cristo para vencerlo? El apóstol exclama: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8: 1). No tenemos que someternos al poder del pecado, si podemos ser libres en Cristo.
¿Te gustaría ser libre de la esclavitud del pecado? Hoy es un buen día para proclamar libertad en Cristo.