La ilusión de la mafia
«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?» (Marcos 8: 36).
La revista norteamericana Time entrevistó en 1991 a Nicolás Caramandi, asesino a sueldo de la mafia, quien se había declarado culpable de asesinato, fraude organizado y extorsión. Durante la entrevista se refirió al estilo de vida lujo y disoluto de los dirigentes mafiosos que piensan haber alcanzado el éxito. Dijo: «Es lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar. Las sensaciones son tan únicas y exquisitas y la diversión están intensa. Cuando uno estornuda aparecen quince pañuelos. A cualquier parte que uno vaya, la gente se desvive por atenderlo y complacerlo. En un restaurante, los mozos hacen salir a los comensales que se encuentran en la mejor mesa para dársela al capo mafioso. Hay tanta exquisitez, respeto y dinero».
Sin embargo, a pesar de todas las supuestas ventajas y lujos que describió Nicolás Caramandi, la pregunta que Jesús plantea en el versículo citado nos hace reflexionar sobre el verdadero significado de la vida y el propósito que tenemos como seres humanos. Si nuestro único objetivo es acumular riquezas materiales y disfrutar de los placeres fugaces que este mundo ofrece, ¿realmente estamos viviendo una vida plena y significativa?
En contraposición, la Biblia nos anima a buscar primero el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Esto implica poner a Dios en el centro de nuestras vidas y permitir que su voluntad dirija nuestros pasos. No significa que debamos renunciar a nuestros sueños y ambiciones, sino que debemos tener una perspectiva adecuada y equilibrada. Cuando buscamos agradar a Dios en todo lo que hacemos, descubrimos un propósito más profundo y trascendental para nuestra existencia.
Además, cuando ponemos nuestra confianza en Dios, podemos experimentar una paz y una alegría que el mundo nos puede quitar. Jesús dijo: «Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33, NTV). La verdadera felicidad no se basa en las circunstancias externas, sino en la relación personal con nuestro Creador y Salvador.
Por eso, no te dejes engañar por la ilusión que producen las riquezas, la fama y el poder; en cambio, fortalece cada día tu relación con Dios, él único que puede ofrecer paz verdadera y vida eterna.