El tesoro que se hunde
«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?» (Marcos 8: 36).
Durante la época de las conquistas, naufragó un barco español cargado de oro. El capitán ordenó que todos abandonaran el barco, pero cuando regresó para asegurarse de que nadie quedara atrás, encontró a un hombre sentado en un barril lleno de pepitas de oro y otro barril de oro abierto frente a él. «¿Quiere decirme qué está haciendo aquí? ¿No ve que el barco se está hundiendo?», gritó el capitán. A lo que el tripulante contestó: «Sí, señor. Ya sé que nos estamos hundiendo, pero no me interesa. He sido pobre toda mi vida, y ahora por lo menos moriré rico».
¿Qué te parece la actitud de este hombre? ¿Crees que vale la pena aferrarse a las riquezas materiales y perder la vida? La Biblia nos dice que «la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes» (Lucas 12: 15, NVI). También nos enseña que las riquezas son inciertas, pero hay un tesoro mejor y más seguro: el reino de Dios (ver 1 Timoteo 6: 17-19). Jesús plantea una pregunta sobre la que todos deberíamos reflexionar: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?».
El novelista y dramaturgo francés, Alejandro Dumas, afirmó una vez: «No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo». El dinero es una herramienta útil para conseguir lo que se desea, pero que no debe ser el fin último de la vida, ni el criterio para medir el valor de las personas o las cosas.
No seas como el tripulante que prefirió morir rico antes que vivir siendo pobre. No te aferres a los bienes materiales que son pasajeros y perecederos; busca las cosas espirituales que son eternas e incorruptibles. No pierdas tu alma por ganar el mundo, ni cambies tu salvación por unas monedas de oro.
Decide seguir a Jesús con todo tu corazón y ser fiel a Dios con todo lo que tienes; ser generoso con tu prójimo y ser rico para con Dios. A cada joven que acepte este reto, Dios le promete: «Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna» (Mateo 19: 29, NVI).