Una frazada eléctrica
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7).
Hoy en día, las etiquetas de advertencia en ciertos productos están mucho más presentes que antes. Por ejemplo, las sierras eléctricas de banco incluyen advertencias que le informan a la gente que poner un dedo en la trayectoria de la cuchilla encendida puede causar una herida. Los juguetes con partes pequeñas tienen advertencias de asfixia y muerte; y a veces se los prohíbe por completo. Estas etiquetas de advertencia y prohibiciones masivas para algunos productos en el mercado parecen señalar a un miedo creciente a cualquier cosa que, incluso, pueda insinuar un posible peligro.
Las frazadas (mantas, colchas) eléctricas tienen algunas de las peores advertencias de todas, aunque solo presentan una amenaza menor si se las usa correctamente. Sin embargo, la información que circula no apoya la gran cantidad de rumores sobre las frazadas eléctricas. Algunas personas hasta han llegado a sugerir que usarlas causa cáncer, cuando en realidad, múltiples investigaciones han evaluado a usuarios de frazadas eléctricas, y nunca se ha encontrado ninguna conexión entre las frazadas calentitas y la enfermedad mortal. La gente solo asume lo peor.
No solo corremos asustados de productos “arriesgados” que presentan poco peligro real, sino que también huimos de nuevas experiencias que presentan mucho menos riesgo del que tememos. Nos es fácil acostumbrarnos a una rutina cómoda, y cuando Dios nos llama a probar algo nuevo o a unirnos a un ministerio que no conocemos, comenzamos a temblar. En 2 Timoteo leemos que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). El miedo que sentimos no proviene de Dios, sino de nuestra egoísta preocupación. Si Dios nos llama a contarle a un amigo lo que Dios hizo por nosotros, ¡deberíamos contarle! Si Dios quiere que cantemos para desconocidos en el hospital, ¡deberíamos cantar, sin duda! Es fácil pensar en todo lo que podría salir mal o en lo que podría pensar la gente, pero nuestra imaginación puede crear todo tipo de riesgos si no la mantenemos bajo control.
Sin importar el temor en nuestro corazón, Dios puede protegernos si obedecemos su llamado. David escribió: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (Sal. 91:4).
No necesitamos temer.