
“El monstruo griego”
“Revístanse de […] humildad” (Col. 3:12)
Uno de mis deportes favoritos es el baloncesto. Reconozco que nunca fui un jugador destacado y que ahora solo juego ocasionalmente, pero sí disfruto ver los partidos de la NBA. Aunque me gustan los Golden State Warriors, sé que uno de los mejores jugadores del momento es Giannis Antetokounmpo, que con apenas 26 años llevó a los Bucks de Milwaukee a ganar el campeonato de la temporada de 2021.
Debido a su país de origen y sus aptitudes físicas, Giannis ha recibido el apodo de “el monstruo griego”. Pero la característica más sobresaliente del monstruo griego quizás no sea de índole atlética, sino que es su humildad.
En una entrevista que le realizaron a Giannis después del cuarto juego de la serie final de 2021, donde ayudó a su equipo a mantener la ventaja que más adelante les daría el campeonato, Giannis explicó, desde su perspectiva, en qué consiste la humildad: “Cuando te concentras en el pasado, cuando dices: “Yo hice esto” o “Yo logré aquello”, eso se llama ego. Cuando te concentras en el futuro, “el próximo juego haré esto o aquello y dominaré la cancha”, eso se llama orgullo. Trato de concentrarme en el momento, en el presente. Eso es humildad: olvidarse del pasado y no colocarse expectativas irreales, solo salir y disfrutar el juego”.
Observar la humildad desde esta perspectiva nos ofrece la oportunidad de liberarnos tanto de los errores como de los éxitos del pasado. Los errores generan miedo, que nos paraliza, mientras que los éxitos nos embriagan de una seguridad falsa. Al mismo tiempo, esta visión de la humildad rompe las cadenas del orgullo y la presunción, ayudándonos a mantener los pies en la tierra y la vista en el presente.
Ahora bien, ¿cómo podemos alcanzar este tipo de humildad? Pablo señala que solo una persona que ha experimentado el amor de Dios puede “revestirse” de humildad. Solo el amor de Cristo tiene la capacidad de suprimir el ego, sofocar el orgullo y darnos la oportunidad hoy de salir y disfrutar la vida. Hoy te invito a considerar la invitación de Cristo: “Aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (Mat. 11:29, NVI). Jesús ni era monstruo ni griego, pero tenía razón.