Tengo paz – I
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7, NVI).
Horacio Spafford se casó con Anna Larson en Chicago, en 1861. Allí se convirtió en un acaudalado socio de una firma de abogados y en exitoso hombre de negocios, especialmente en el área de bienes raíces. Servía como anciano en la Iglesia Presbiteriana y vivía feliz con su esposa y sus cuatro hijas. En ese momento de sus vidas, podían decir que todo estaba bien. Pero eso pronto cambiaría.
El 8 de octubre de 1871, el gran incendio de Chicago dejó innumerables edificios en cenizas, incluidas las propiedades de Spafford. Esto generó una gran crisis económica por las pérdidas millonarias.
Dos años más tarde, con la intención de participar de unas reuniones de reavivamiento en Inglaterra, Spafford organizó un viaje con su familia. Pero justo antes de partir, tuvo unos inconvenientes y decidió permanecer en Chicago para resolverlos.
Envió a su esposa e hijas (de once, nueve, cinco y dos años) en el viaje que ya tenían planificado, y él viajaría para encontrarse con ellas allá unos días después. Ellas se unieron a los otros trescientos pasajeros a bordo del navío francés Ville du Havre y zarparon. Ya llevaban una semana navegando, cuando una madrugada la embarcación colisionó con otra y se partió en dos.
Anna apuró a sus hijas para que fuesen rápidamente hacia la cubierta, pero allí todo era caos y corría la noticia de que pronto todos se hundirían. Se arrodilló y comenzó a clamar a Dios para que las salvara o les diera una muerte en paz.
En tan solo doce minutos, el barco se hundió en las gélidas aguas del Atlántico y más de 220 personas perecieron allí.
Más tarde, un bote encontró a Anna con vida. Sus cuatro hijas habían muerto, pero ella fue trasladada con otros sobrevivientes a tierra firme, y allí le escribió a su marido: “Única sobreviviente, pero estoy bien. Tengo paz en mi ser. ¡Gloria a Dios!”
La próxima semana veremos cómo sigue la historia de este himno. Pero mientras tanto, podemos pensar en la actitud de Anna y evaluar si nosotros tenemos esa misma disposición ante los problemas de la vida; si creemos que la paz de Dios nos alcanza para sobreponernos a las mayores pérdidas.
Ojalá así sea. Ojalá seamos de los que alaban a Dios en medio de las pruebas más severas.