El brillo de las lágrimas
Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas. Salmo 126:5, 6.
Estaba allí, en medio del centro comercial, rodeado de diferentes personas que intentaban serenarlo. Su llanto había enmudecido el lugar. El niño lloraba desconsoladamente y no había forma de aplacar su tristeza. Fue cuando la vimos llegar, agitadamente y con sofoco. Ambos, madre y niño, se fundieron en un sentido y largo abrazo. La madre le volvió a recordar que no debía apartarse de su lado y el pequeño asentía entre sollozos. Un par de minutos después, una enorme sonrisa dibujaba la cara del niño. Del mal rato solo quedaban los ojos humedecidos y brillantes por las lágrimas. Se hallaba en brazos de su madre, ¡uno de los lugares más seguros del mundo!
El niño aprendió una lección: no había mejor cosa que estar cerca de su mamá. La madre aprendió otra: debía asirlo con más intensidad cuando hubiese mucha gente. Y yo también: no importan las lágrimas si la situación se resuelve bien. La poetisa Sara de Ibáñez decía: “Voy a llorar sin prisa. Voy a llorar hasta olvidar el llanto y lograr la sonrisa”. Una sonrisa desde la lágrima tiene la fuerza de una adversidad superada, del crecimiento como persona, del fortalecimiento de la confianza.
Jesús nos enseña a ver el regocijo a través de las lágrimas. Cuando dice en el Sermón de la Montaña que debemos ser felices si lloramos, porque vamos a tener consuelo, nos permite que miremos más allá del momento y vislumbremos el final. Y él está en ese final para abrazarnos y para que olvidemos el llanto. Si nuestras lágrimas son por un dolor físico, nos recuerda que habrá un tiempo en que no tendremos más dolor. Si nuestras lágrimas son por los demás, nos recuerda que su juicio es justo y que desea lo mejor para sus criaturas. Si nuestras lágrimas son por nuestros pecados, nos vuelve a recordar que no hay irregularidad en este mundo de la que él no pueda sacarnos.
En este mundo, muchas veces iremos andando y llorando, pero volveremos con alegría. Llora si lo necesitas, llora sin prisa. No te importe lo que digan los demás, ni las tentaciones de la desesperanza ni el dolor de las incomprensiones. Llora cuanto quieras, pero no dejes de mirar a través de las lágrimas porque te espera, al final, una sonrisa.