“Veni, vidi, vici”
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33.
Julio César se encontraba ante el Senado romano, tenía que fortalecer su imagen porque estaba en medio de una guerra con Pompeyo. Eligió bien sus palabras y decidió hacer referencia a otra batalla que acababa de ganar. En la ciudad de Zela, del reino del Bósforo, se habían refugiado sus enemigos y en solo cinco días había vencido. Fue una victoria rapidísima. Dando un informe a sus compatriotas, dijo: “Veni, vidi, vici”. En español sería algo así como: “Vine, vi y vencí”. Nadie dudaría de que Julio César era magnífico, hizo cosas excepcionales.
Jan III Sobieski fue rey de Polonia en el siglo XVII. Ya desde pequeño demostró ser una persona aguerrida. Mató su primer oso a los nueve años. Tras formarse académicamente y viajar por los lugares más famosos de Europa, volvió a Polonia donde, después de muchos avatares, terminaría siendo monarca. Tras una terrible batalla contra los turcos otomanos en Kahlenberg, escribió una carta al Papa en la que ponía: Veni, vidi, Deus vicit. En español: “Vine, vi y Dios venció”. Era una persona muy religiosa, y atribuyó la victoria a Dios. Nadie dudaría de que Jan III Sobieski era alguien magno, hizo grandes cosas.
Jesús fue un carpintero de Galilea. Llegó a este mundo para luchar en la guerra más dilatada de la historia del universo. Las armadas del mal habían sometido y subyugado durante siglos a millones y millones de personas. Era el sitio de más duración, y la esperanza de los esclavos y los vencidos parecía desvanecerse. Y aquel carpintero se enfrentó al mayor ejército con un simple madero. Talló una experiencia de amor y bondad que acabaron clavándose en una cruz. Su misión era mostrar que el Rey de los cielos es pura generosidad y que da lo más preciado por sus criaturas.
Nadie escribió a su muerte la frase que se merecía: Veni, mori, vici. En español: “Vine, morí y vencí”. Algún tiempo después, Pablo lo reconocería: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores […]. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Tim. 1:15-17). Yo me atrevería a añadir un adjetivo más a los que ya dijo Pablo, porque nadie dudaría de que Jesús era la Persona más magnánima. Hizo lo que tenía que hacer: lo dio todo por nosotros.