
«El Señor tu Dios vive en medio de ti. Él es un poderoso salvador. Se deleitará en ti con alegría. Con su amor calmará todos tus temores» (Sof. 3:17, NTV)
Si has prestado atención a las experiencias personales que te he contado, de seguro notaste que, mientras escribía este libro, nació mi hijo Joel David. Aunque ha sido la mayor bendición que he recibido, también debo reconocer que resultó sumamente desafiante escribir un libro mientras cuidaba de mi hijo recién nacido.
Durante las noches, cuando Joel se despertaba llorando, yo lo cargaba y lo llevaba al sillón para dormirlo de nuevo. A veces se dormía, pero en la mayoría de los casos continuaba llorando hasta que Gaby venía y lo tomaba en sus brazos. Entonces se calmaba y se dormía casi de inmediato. Te confieso que al principio me llegué a sentir celoso. No comprendía por qué el bebé solo se calmaba con su madre, hasta que leí que los recién nacidos reconocen a la madre por el olor y su calor corporal. Es esa sensación de cercanía lo que hace que un bebé se calme y vuelva a dormir.
A lo largo de nuestra vida, todos pasamos por momentos de oscuridad y soledad en los que lloramos y desesperamos ante el dolor y el sufrimiento. En su libro Beyond Order [Más allá del orden] el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson señala que, al relatar el clamor de angustia de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mat. 27:46), Mateo parece sugerir «que la carga de la vida puede llegar a ser tan grande que incluso Dios mismo puede perder la fe cuando se enfrenta a la insoportable realidad de la injusticia, la traición, el sufrimiento y la muerte» (p. 362).
¿Cómo lidió Jesús con la oscuridad, la soledad y el dolor? Él clamó a Dios. Cristo sabía que solo el amor del Padre puede calmar un corazón que sufre. Jesús conocía las palabras de Sofonías que encontramos en el versículo de hoy, donde el profeta nos asegura que Dios está con nosotros, que es poderoso para salvarnos y que con su amor puede calmar todos nuestros temores. Por eso, unos instantes más adelante, Jesús pudo declarar con confianza: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Luc. 23:46). Hoy tú también puedes clamar a Dios y confiar en que él está contigo y, con su amor, calmará tus miedos.

