Matutina para Jóvenes, Miércoles 04 de Agosto de 2021

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Una enfermedad sin dolor

“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Cor. 12:26).

El doctor Paul Brand fue un reconocido cirujano de manos y especialista en lepra. Junto a Philip Yancey, editor y escritor galardonado con varios premios, escribió un libro acerca del cuerpo humano y cómo cada parte de este tiene lecciones espirituales para enseñarnos y recordarnos que todos formamos parte del cuerpo de Cristo.

Brand tenía su propio laboratorio en un hospital de lepra cerca del río Mississippi, en Louisiana, pero antes se crio y sirvió muchísimos años como cirujano misionero en la India.

A los siete años, vio a su padre titubear a la hora de brindar ayuda a su prójimo. Es que habían aparecido tres extraños envueltos en turbantes y frazadas, con piel manchada en la zona de la frente y las orejas, y tiras ensangrentadas que les cubrían los pies. Incluso hasta les faltaban dedos. La respuesta que generó en sus padres, generalmente amables y hospitalarios, fue de tensión y miedo. Su lepra era tan grotesca como contagiosa, y todos corrían peligro.

Su padre volvió con un rollo de vendas, un recipiente con un ungüento especial y un par de guantes quirúrgicos. Sabía que no había mucho por hacer, pero se inclinó y vendó sus heridas. Ellos no sintieron ni molestia ni dolor. Sus nervios no respondían.

Brand creció y, así como su padre, se convirtió en médico. Quizá por esta experiencia tan temprana y fuerte decidió dedicar su vida a estudiar esta enfermedad tan antigua y temida.

Con sus investigaciones y hallazgos llegó a la conclusión de que muchos de los horribles resultados de la enfermedad se daban porque los pacientes de lepra habían perdido la sensación de dolor. Se producían cortes y se desataban infecciones; se producían esguinces y se desataban inflamaciones, y ante la ausencia de dolor, esos males progresaban en silencio. Los párpados no parpadeaban, el ojo se secaba y la persona quedaba ciega. No había sensibilidad.

“El corazón del Salvador rebosaba de amor. Cuanto más se acerca el hombre a la perfección moral, tanto más delicada es su sensibilidad, tanto más vivo su sentimiento del pecado y tanto más profunda su simpatía por los afligidos” (El conflicto inminente, p. 53).

¿Tienes personas que han perdido la sensibilidad a tu alrededor? Seguramente que sí.

Hoy tienes la oportunidad y el deber de acompañarlas y ayudarlas, aunque parezca que ya ni sienten dolor…

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