El poder de una mirada
“Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos” (Hech. 3:4).
Había salido de casa medio dormida y el sol pegaba con fuerza. Caminaba con paso ligero porque estaba llegando tarde a una consulta. La vereda era angosta y delante de mí iba una mujer mayor caminando lentamente. Como no podía darme el lujo de seguir su ritmo, la pasé. Enseguida vi que de frente venía otra ancianita con paso más lento aún. Me crucé con ella y seguí de largo.
Todavía estaba cerca cuando la escuché decir con tono de desesperación: “Estoy perdida. ¿Para dónde queda el sanatorio?”
¡Acababa de cruzarla y no me había dicho nada! Giré mi cabeza y vi que la pregunta estaba dirigida a la otra mujer que yo había dejado atrás.
Me pregunté por qué esa mujer no me había “molestado” a mí y se había dirigido a quien venía más atrás. Me di cuenta de que iba demasiado apurada y no estaba disponible para ayudarla.
No sabemos cuántos años tenía, pero los callos no se habían formado solo en sus inertes miembros, apoyados sobre el suelo desnudo todos los días, sino que también habían crecido en su corazón. Estiraba su mano con ilusión un tanto resignada, como símbolo de una esperanza que se estiraba, limitada, día a día.
Y al ver a Pedro y Juan, automáticamente estiró la mano una vez más. No sabemos si la vergüenza o la humillación de vivir esa vida carente de autonomía le impedía mirar a la gente a la cara o si ese día había mucho sol y quiso protegerse de la claridad.
Lo cierto es que Pedro lo hizo reaccionar. Dios hace lo mismo con nosotros.
No alcanza con pedir por costumbre. No alcanza con elevar la mirada vacía sin esperar nada en realidad. Es necesario prestar atención, atender a ese llamado que es una orden y salir de la rutina para tener ese encuentro que nos puede cambiar la vida.
–¡Míranos! –dijo Pedro.
–¡Mírame! –dice Jesús.
No sigamos caminando apurados por la vida, sin ser conscientes de todo lo que pasa vertiginosamente a nuestro alrededor. No sigamos sentados lamentándonos por lo que no tenemos, perdiendo oportunidades de encontrarnos con quien nos está llamando, o dejando pasar la posibilidad de ayudar a alguien que lo necesita. Entonces caminaremos bien por primera vez…