MPS
En la esperanza de la vida eterna. Dios, que no miente, prometió esta vida desde antes del principio de los siglos. Tito 1:2.
Juan Ramón Jiménez, el premio Nobel de Literatura, fue un poeta muy especial. Era un hombre realmente enamorado de su esposa, Zenobia de Camprubí. Le molestaba tanto el ruido, que se pasaba el tiempo cambiando de casa. Y era tan meticuloso con sus poemas que los rehacía una vez tras otra. En algunos de ellos, sin embargo, aparecen unas extrañas siglas: MPS. Los especialistas en este poeta onubense proponen la frase “Meditado para siempre” y era empleada por él cuando un poema estaba completamente acabado y no pensaba tocarlo nunca más. El poema “Dios deseado y deseante” es el último de su vida y pertenece a ese grupo de obras que nunca más deseaba corregir. Comparto contigo una estrofa:
Siento la inminencia del dios Dios, del Dios con mayúscula,
–el que nos enseñaron cuando niños y no aprendimos–.
¡Dios se me cierne en apretura de aire!
El Dios que nos enseñaron cuando niños es el Dios de los inocentes, de los creyentes, de los confiados, de los alegres y vitales. El Dios que nos entusiasma tanto que casi no podemos respirar de emoción porque está llegando la persona que más queremos. Yo también firmaría ese concepto con MPS, pero iría más allá. Ese Dios deseado de la tierna infancia es, a su vez, un Dios deseante. Deseante de que volvamos a él y hagamos nuestras sus promesas. Deseante de firmar en nuestro carácter con otro MPS, “Míos para siempre”. Suyos por afecto, porque como Padre amante le gusta tener cerca a sus hijos. Para siempre, porque está cansado de nuestras idas y venidas, nuestras caídas, nuestros esbozos de vida. No quiere más soluciones temporales, resuelve las cosas eternamente, con la Cruz de Cristo que trae la primavera a nuestras vidas.
La promesa del versículo inicial no es una promesa de última hora, es del inicio de los tiempos, cuando la posibilidad de error existía en el entorno de la libertad. Entonces, en el corazón de la Deidad ya tenían listo un MPS para ti y para mí. Es una promesa bien meditada y sin doblez (como la fe de los niños).
Quizá, para comprenderlo, solo tengas que mirar a tu infancia y hablarle como Juan Ramón Jiménez:
Le pregunté: “¿Me dejas que te quiera?”
Me respondió, radiante de pasión:
“Cuando florezca la cruz de primavera, yo te querré con todo el corazón”.
Así es Dios, le gusta enamorarse de ti y de mí. Se muda lo que haga falta por nosotros, y desea que seamos una bella poesía con MPS.