¿Qué clase de fe es la tuya?
«Tener fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve» (Hebreos 11: 1, RVC).
El teniente James C. Whittaker y sus compañeros estrellaron su avión de combate en el mar. Se salvaron en un bote inflable. Tenían hambre y sed, y el cuerpo cubierto de ampollas provocadas por el sol. Oraron a Dios pidiendo ayuda y, al cabo de trece días de sufrimiento, su esperanza renació al ver una nube cargada de agua que se dirigía hacia ellos. Pero cuando se encontraba a unos quinientos metros, el viento cambió de dirección y alejó la nube. ¡Qué decepción!
«Sin embargo, de algún modo, mi fe no murió —cuenta el teniente Whittaker—. Por primera vez descubrí que era yo quien guiaba a los demás en la oración. Entonces oré con fe: “Dios, tú sabes lo que el agua significa para nosotros. El viento la está llevando en otra dirección, pero sé que tienes el poder de hacer que esa lluvia vuelva hacia acá. Para ti esto no es nada, pero para nosotros significa la vida”». Aunque en los primeros momentos no pasó nada y la nube siguió alejándose, el teniente volvió a orar incluso con más fe: «Señor, el viento es tuyo. Ordénale que sople en nuestra dirección; de lo contrario, moriremos».
Los náufragos aguardaron, observando la nube y esperando una respuesta a aquella oración hecha con fe. Y entonces ocurrió el milagro. Así lo cuenta el teniente: «Hay cosas que no pueden explicarse con las leyes naturales. El viento no cambió, pero la cortina de lluvia que había ido alejándose de nosotros se detuvo donde estaba. Luego muy lentamente empezó a moverse contra el viento hacia donde nos encontrábamos. Era como si una mano enorme y omnipotente la estuviera guiando hacia nosotros a través del espacio». Los náufragos pudieron recoger una gran cantidad de agua de lluvia, con la que lavaron la sal de sus ampollados cuerpos y cobraron valor para vivir durante el resto de su odisea, hasta que fueron rescatados.
Hoy tú también puedes tener esa misma confianza en el cuidado amoroso de Dios, mientras te preparas para la vida eterna. «No es posible agradar a Dios sin tener fe, porque para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensa a los que lo buscan» (Hebreos 11: 6).