Abrazos
Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies y lo adoraron. Mateo 28:9.
No pudieron dormir ni un minuto porque la pena las embargaba. Se levantaron de madrugada y fueron hacia la tumba, pero no hallaron a su Maestro. Se encontraron, eso sí, con un ángel que les contó lo que había pasado. El Cristo había resucitado, su cuerpo no estaba en la tumba y debían ir a los discípulos para comunicarles la buena noticia. Entre respeto y gozo volvían, cuando se lo encontraron. Las saludó y ellas, al reconocerlo, se echaron a sus pies y lo abrazaron. ¡Qué escena! Esas mujeres realizaron el acto más afectuoso que les permitían las costumbres de su época. Un abrazo de respeto y muchísima alegría.
Reflexionando sobre esta imagen, me pregunto: ¿Cómo nos abrazamos con Jesús? ¿Qué dicen esos abrazos de nuestra relación con él? Hay veces en que practicamos el “abrazo puente”. ¿Han observado como se abrazan esas personas que casi no se conocen o que no tienen una relación muy ajustada? Es un abrazo en la distancia y los brazos se rozan lo justo. A veces, cuando convertimos nuestra relación en algo esporádico y casi por obligación, tendemos a abrazar a Jesús de esta manera. Bueno, algo es algo, debe de pensar el Señor. También está el “abrazo de las palmaditas”, casi siempre entre camaradas. Implica un reconocimiento, una cercanía, pero no una relación íntima. Dar unas palmaditas a Jesús es orar cuando precisamos de su ayuda y sabemos que la solución está en su mano. Al menos confía en mí, debe de pensar el Señor. Y el “abrazo partido”, en que uno, al lado de su amigo, lo toma por el hombro y caminan juntos. Es un abrazo de amigos. Caminar abrazado a Jesús implica que él nos sustente y nos dirija. Disfruto siendo su amigo, debe de pensar el Señor. Y el mejor de todos, “el abrazo sentido”. Una expresión intensa de afecto que se manifiesta con las manos rozando la espalda, con la presión de los brazos y la duración del abrazo. Es la mejor expresión de amor entre verdaderos e íntimos amigos. Es un abrazo que aporta confianza, tranquilidad, consuelo, complicidad y revitaliza el alma. Dame otro, debe de anhelar el Señor.
¿Cómo lo abrazas? ¿Un roce de compromiso? ¿Unas palmaditas? ¿Con la mano en el hombro? ¿O te fundes en un intenso abrazo de amor?
Creo que Jesús te va a corresponder con cualquiera de ellos, e incluso podríamos poner estas palabras anónimas en su boca: “Si me ves por alguno de tus pensamientos, abrázame, que te extraño”.