Vidas silenciosas
Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Bet-el, debajo de una encina, la cual fue llamada “Alón-bacut”. Génesis 35:8.
La historia de la matriarca Débora es una de las más conocidas de la Biblia. Y no es para menos, porque no cualquiera tiene la capacidad de dirigir un ejército y ganar batallas. Débora significa “abeja”, y la Débora de Jueces 4 y 5 hacía honor a su nombre en el sentido más agresivo de la palabra. Es la historia de una mujer de acción, propia de los relatos más feministas. Y no es negativo, responde a un modelo para un tiempo. Un modelo que es necesario para recordarnos que la historia se escribe sin el estereotipo de los géneros.
Pero hay otra Débora en el relato bíblico, una Débora que responde a un sentido más meloso del significado de la palabra. Una mujer de la que tenemos pocos datos, pero que intuimos que fue espectacular por cómo reaccionan los que le son cercanos. Y es que las historias de verdad se evalúan por los próximos, por los que realmente nos conocen.
Aparece por primera vez en Génesis 24:59: “Entonces dejaron ir a su hermana Rebeca, a su nodriza y también al criado de Abraham y a sus hombres”. Allí no se menciona su nombre, apenas una referencia asociada a Rebeca, de la que era nodriza. No nos encontramos ante una simple “ama” que cuida y cría a los niños sino ante una “nodriza”, una mujer que amamanta a un hijo que no es suyo y que lo cuida el resto de su vida. Puede ser que nos hallemos ante la relación más cercana después de los vínculos matrimoniales o de sangre. Una relación de compromiso, complicidad y ternura.
Pero ¿qué hacía Jacob con Débora, en lugar de estar con Rebeca? No lo sabemos explícitamente pero podemos intuirlo por una expresión de Génesis 27:45: “Hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti y olvide lo que le has hecho; entonces enviaré yo a que te traigan de allá”. ¿Fue Débora enviada por Rebeca para buscar a Jacob? Es una posibilidad, y nos hablaría muy bien de aquella mujer porque Jacob volvió.
Débora falleció en Betel y la enterraron bajo una encina. Tan impactante había sido su vida que pusieron nombre al lugar: “La Encina del Llanto”. No necesitó realizar arengas ni dirigir multitudes para cambiar la historia. Una palabra amable y sabia, una caricia a tiempo, una mirada comprensiva o una advertencia con amor son herramientas que parecen silenciosas, pero que despiertan los sentimientos más demoledores. ¡Atrévete a ser como Débora y verás crecer la esperanza!