Matutina para Jóvenes, Miércoles 16 de Junio de 2021

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Las manos de Ignaz Semmelweis

“Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado” (Prov. 21:4).

A este médico húngaro se lo conoce como “el padre del control de infecciones”. Se desempeñaba como obstetra en el Hospital General de Viena y ahí demostró que la correcta desinfección de las manos podía salvar vidas. Mediante el uso de un simple procedimiento antiséptico, consiguió reducir de forma notoria la prevalencia de esta enfermedad. Pese a tener el respaldo de datos estadísticos (algo nuevo para el siglo XIX), sus colegas se mostraron reticentes a aceptar sus observaciones.

Un artículo científico da evidencias de que la muerte por sepsis –enfermedad que genera síntomas en todo el cuerpo por la respuesta inflamatoria de este hacia microorganismos externos– es una de las más frecuentes a nivel intrahospitalario, y que muchas veces puede evitarse por el correcto lavado de manos dentro del hospital.

Las manos contaminadas del personal de salud pueden llevar de un lado a otro agentes infecciosos. Esta realidad estaba multiplicada en la época de Semmelweis, ya que los médicos ni se lavaban las manos. Era más seguro dar a luz en las calles que dentro del hospital. Pero nadie le hizo caso. Lo reemplazaron en su trabajo y, con amargura en el alma, se dedicó a enseñar y publicar sus hallazgos. Su depresión e irritabilidad se hicieron cada vez más notorias. El hecho de haber visto morir a tantas personas sin saber qué hacer y luego enfrentarse a la negativa de sus colegas para aplicar un procedimiento simple y básico, y evitar así más muertes, definitivamente dañó su psiquis.

Puede parecernos extraño que algo tan habitual (y ha llegado a formar parte de nuestros hábitos diarios debido a la última pandemia del coronavirus) haya sido fuente de tantas discusiones en el pasado.

Esta historia me hizo pensar en la cantidad de veces que los profetas hablaron sin ser escuchados, en las predicaciones de Jesús, en el mensaje de los cristianos a través de todas las épocas…

No siempre estamos dispuestos a reconocer los errores y cambiar, en los aspectos más básicos de nuestra vida, hábitos que pueden ser dañinos (y que está comprobado que lo son).

Como sucedía en esa época, con un poco de orgullo o el rechazo a la idea de que las máximas autoridades no pueden ser las causantes de un daño, podemos estar ocasionando el mal en las demás personas e incluso llevarlas a la muerte en el plano espiritual.

Ojalá hoy mantengamos limpias nuestras manos, pero por sobre todo, limpio nuestro corazón de orgullo.

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