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«Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lev. 19:18, NTV)
En el año 2016, Cassie Jaye estrenó un documental titulado The Red Pill [La píldora roja] en el que relata su propia experiencia al entrevistar a los dirigentes de una organización de derechos para hombres. Inicialmente, creía que se trataba de un grupo de odio contra las mujeres.
En una charla TED, Cassie cuenta cómo su perspectiva sobre el tema cambió al escuchar a los que inicialmente consideraba equivocados. Descubrió, por ejemplo, que en Estados Unidos existen más de dos mil refugios destinados a mujeres víctimas de abuso, mientras que solamente hay uno para hombres, a pesar de que estos sufren abuso en proporciones similares a las mujeres. Además, los hombres tienen más probabilidades de perder la custodia de sus hijos en procesos judiciales, representan el 99 % de las bajas en combate, el 90 % de los accidentes laborales fatales, el 78 % de todos los casos de suicidio en el mundo y son las únicas víctimas de fraudes de paternidad.
Si Cassie Jaye hubiese leído la Biblia se habría dado cuenta de la cruda verdad que la Escritura nos presenta: todos somos víctimas del pecado. Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, educados y analfabetos, «todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios» (Rom. 3:23).
No tiene sentido discutir quién ha sido más afectado por el pecado y quién menos. Todos estamos en el mismo barco. Cuando invertimos nuestro tiempo y energía en discutir quién es la víctima y quién es el victimario, inconscientemente evitamos nuestra responsabilidad de amar al prójimo y terminamos justificándonos con la antigua pregunta del intérprete de la ley: «¿Y quién es mi prójimo?» (Luc. 10:29).
Cuando identificar «quién es mi prójimo» se vuelve más importante que amarlo, es señal de que hemos perdido de vista el segundo gran mandamiento de la ley de Dios (ver Lev. 19:18). Vivimos en un mundo donde todos sufrimos y todos experimentamos injusticia y dolor. Pero en este mundo donde el pecado abunda, Dios nos ha llamado, a ti y a mí, a la radical tarea de hacer que su gracia sobreabunde mediante nuestras palabras y acciones de amor al prójimo. ¿Aceptarás hoy el desafío?