Como la arena
Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y tan dilatado corazón como la arena que está a la orilla del mar. 1 Reyes 4:29.
Era Alfonso I en Mallorca, Nápoles y Sicilia; Alfonso II en Cerdeña, Alfonso III en Valencia, y Alfonso V en Aragón. Pero, sobre todo, era un monarca muy especial. El rey Alfonso era muy aficionado a los libros y a la cultura. Había dedicado mucho tiempo a formarse, había ampliado su mente y eso hace bien. Se le conoce en la historia con el apelativo de “El Magnánimo” porque era una persona con un gran corazón. Cuenta una leyenda que tal calificativo se lo ganó en una situación realmente complicada. Se encontraba el rey con algunos de sus nobles en el taller de un orfebre. Mientras este preparaba una pieza con diferentes joyas, se percataron de que faltaba una. El orfebre se sintió muy preocupado sabiendo que, seguramente, había sido robada por uno de los nobles. El rey observó la situación y propuso una solución. Se iba a llenar un gran recipiente con salvado y cada noble metería su mano. Después, se apartarían los nobles y se volcaría el recipiente. Se procedió así y, al volcar el salvado, apareció la joya robada. El noble que había caído en la tentación tuvo la oportunidad de redimirse. A partir de entonces le llamaron “El Magnánimo”.
Sin lugar a dudas, si deseamos hacer el bien a los demás, debemos pedir a Dios sabiduría (para ver las cosas como las ve él), prudencia (para actuar con la misericordia con la que actúa él) y una mente amplia (para ser tan creativo y empático como es él). El Señor le concedió estos tres dones a Salomón I de Israel (lástima que también fuese el único). Salomón fue el hombre más sabio de la tierra mientras miró el mundo junto a Dios. También fue el hombre más prudente de la tierra mientras actuó con Dios. Y el hombre más magnánimo de la tierra mientras resolvió con Dios. Cuando se apartó de él, las cosas fueron de otra manera.
¿Te imaginas ser de un corazón tan comprensivo como la arena del mar? ¿Sabes cuántos granos de arena hay en el mundo. Según el matemático Jason Marshall, hablamos de 51 x 1020 (eso es 51 seguido de veinte ceros). ¡Vaya! Un montón de granos de arena. ¡Menuda magnanimidad! Y supongo que es poco para Dios.
¿Sabes lo mejor? Dios está dispuesto, si se lo pides, a darte ese preciado regalo. Quedaría bien en la tarjeta de visita: “Víctor I de mi Casa, ‘El Magnánimo’ ” (lo de Víctor puedes cambiarlo por tu nombre).