El peligro de juzgar por las apariencias
«No juzguen ustedes por las apariencias. Cuando juzguen, háganlo con rectitud» (Juan 7: 24).
En los primeros día de la Segunda Guerra Mundial, un joven vestido de civil hablaba en una cabina telefónica. Afuera, varios soldados se volvían cada vez más impacientes a medida que pasaban los minutos. Sus comentarios sobre el desconocido se volvían progresivamente más violentos e insultantes. Cuando el joven salió, lo empujaron y ridiculizaron por no estar en el ejército. «¡De seguro te inventaste una buena excusa para no servir en el ejército!», le gritó uno. «¡Eres un cobarde!», dijo otro.
El joven no respondió a los insultos, pero la expresión en su rostro revelaba el profundo dolor causado por los comentarios irrespetuosos. Se dio la vuelta para marcharse, y en ese momento los soldados se percataron por primera vez de que le faltaba el brazo izquierdo. Un silencio de asombro cubrió al grupo cuando se dieron cuenta de su error al haber juzgado a alguien que ya había sacrificado un brazo por su país en la guerra. Esos soldados no eran sádicos por naturaleza, no encontraban placer en atormentar a otros. Simplemente juzgaban según las apariencias. Sin embargo, cuando finalmente comprendieron el cuadro completo, modificaron su juicio.
Muchas veces nos dejamos llevar por las apariencias, los prejuicios o las opiniones de otros, y no nos damos la oportunidad de descubrir el valor y la dignidad de cada ser humano. En nuestro texto de hoy el Salvador nos exhorta: «Cuando juzguen, háganlo con rectitud». Esta no es una tarea fácil, ya que solo Dios conoce los corazones (ver 1 Samuel 16: 7). Pero si nos abstenemos de emitir juicios apresurados antes de tener una perspectiva más amplia, estaremos más cerca de la verdad. Los soldados aprendieron que nunca es seguro juzgar hasta que se consideren ambos lados de una persona. «No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros» (Mateo 7: 1-2).
¿Cómo estás tratando a las personas que te rodean? ¿Las juzgas por las apariencias o las aceptas y las valoras como hijos e hijas de Dios? Todos somos imperfectos y necesitados de la gracia divina. ¿Qué tal si a partir de hoy decides orar por esas personas sobre las que tienes prejuicios y te comprometes a verlas como candidatas al reino de los cielos?