
El secreto de la felicidad
“Luego Ana regresó por donde había venido, y fue a comer, y nunca más volvió a estar triste” (1 Sam. 1:18)
El relato de Ana es uno de los más conocidos en la Biblia. Aunque era la esposa favorita de Elcana, Ana no tenía hijos, lo que la convertía en blanco de los ataques de Penina, su rival. Durante una visita familiar al tabernáculo en Silo, Ana derramó su alma en oración ante Dios; pero el sacerdote Elí, como a menudo sucede con los seres humanos, malinterpretó las acciones de esta angustiada mujer. Al comprender lo que sucedía, Elí la despidió con estas palabras: “Vete en paz, y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido” (1 Sam. 1:17).
¡Qué difícil resulta “irse en paz” después de finalizar una oración, cuando la realidad de tu problema no ha cambiado en lo más mínimo! No es fácil tener paz cuando nuestros problemas continúan ahí, pero la respuesta de Ana a las palabras de Elí es sorprendente: “Muchísimas gracias —contestó ella—. Luego Ana regresó por donde había venido, y fue a comer, y nunca más volvió a estar triste” (1 Sam. 1:18, la cursiva es nuestra). Lamentablemente, no siempre tenemos la fe de Ana; nos dirigimos a Dios en oración y, en vez de retirarnos en paz, cargamos la angustia y la tristeza durante varios días.
El relato bíblico indica que primero Ana dejó de estar triste y solo después menciona la respuesta de Dios: “el Señor se acordó de ella” (1 Sam. 1:19, NVI). Aunque Ana quedó embarazada, tomó la decisión de no permitir que la tristeza la afectara antes de conocer cuándo el Señor respondería a su petición y, además, si lo haría según su propia voluntad o no.
Al orar, es de suma importancia que tengamos la seguridad absoluta de que Dios nos escucha y no pasa por alto nuestras peticiones sinceras. No sé cuál es tu petición al Señor en este día, ni cuándo él te contestará; lo que sí sé es que tu felicidad depende más de tu confianza en Dios que de la respuesta a tu oración. Aunque Dios no te haya contestado aún, hoy puedes tomar la decisión de “irte en paz” y “nunca más estar triste”. ¿Tendrás el valor de confiar plenamente en Dios como lo hizo Ana?