En lo profundo del mar
«Ten otra vez compasión de nosotros y sepulta nuestras maldades. Arroja nuestros pecados a las profundidades del mar» (Miqueas 7: 19).
El famoso físico británico William Thompson necesitaba saber cuán profundo es el mar, a fin de poder instalar el primer cable transatlántico, en 1866. Cuando culminó con éxito su proyecto, la reina Victoria le confirió el título de caballero, y él asumió el nombre de Lord Kelvin.
En aquella época, los marineros tenían una técnica de sondaje ineficaz y muy complicada. Detenían el barco en el lugar elegido y bajaban una soga con un pedazo de plomo atado en el extremo. Una vez que tocaba el fondo, la subían y medían la parte mojada. Pero con este método no se podían medir las partes más profundas del océano, que tienen miles de metros de profundidad.
—Tiene que haber un método más eficaz —dijo Lord Kelvin. Con esto en mente, inventó un aparato de sondaje que podía enrollarse automáticamente. En lugar de soga, al principio utilizó el alambre con el que se fabrican las cuerdas de los pianos, y más tarde empleó cables de acero. Aunque este método era mucho más seguro, no permitía llegar a las partes más profundas del océano.
Los científicos de la actualidad utilizan aparatos que envían ondas sonoras, las cuales rebotan en el fondo del mar y regresan al instrumento que las emitió. La distancia del fondo se obtiene por el tiempo que tarda la onda en bajar y volver. La parte más profunda que se conoce en el océano se llama el «abismo de Challenger», ubicado en la fosa de las Marianas, en el Pacífico, al suroeste de la isla de Guam. El fondo se encuentra a 10,929 metros de profundidad. ¡Esto equivale a casi once kilómetros!
El pasaje de hoy nos dice que Dios «arroja nuestros pecados a las profundidades del mar». Por tanto, no es necesario que vuelvas a preocuparte por tus errores del pasado, que ya has confesado sinceramente y que han sido perdonados.
Más bien confía en las promesas de Dios, pues «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1: 9, NVI). Hoy puedes tener paz al saber que tu Padre celestial ha perdonado tus pecados y te dará las fuerzas para vencer.