
«Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gál. 2:19, 20)
En diciembre de 2023, el mundo entero se sorprendió con una noticia que dio la vuelta al globo: Daddy
Yankee, el célebre cantante puertorriqueño, anunció su conversión a Cristo. En medio de los vítores y
aplausos de sus seguidores, durante su concierto de despedida en el Coliseo de Puerto Rico, el famoso artista compartió sus reflexiones:
Por mucho tiempo intenté llenar un vacío en mi vida que nadie pudo colmar. Aunque aparentaba estar feliz, siempre faltaba algo para sentirme completo. Pero esos días han llegado a su fin. Me di cuenta de que alguien pudo llenar ese vacío que sentía durante tanto tiempo. Pude recorrer el mundo, ganar premios, aplausos y elogios, pero comprendí algo que la Biblia ya nos plantea: «¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?». Por eso, esta noche, no me avergüenzo de decirle al mundo que Jesús vive en mí y que viviré para él.
En este breve discurso, encontramos verdades asombrosas. Vale la pena reflexionar sobre cada declaración de uno de los hombres más exitosos en el mundo de la música, quien vivió y experimentó todos los placeres temporales que esta tierra puede ofrecer. Sin embargo, nada de eso logró llenar el insaciable vacío de su corazón. Descubrió que el propósito de la vida radica en permitir que Jesús viva en él y que él viva para Jesús. Ahí reside la clave de una experiencia genuinamente exitosa.
Hace dos mil años, Pablo expresó algo similar a lo dicho por Daddy Yankee: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí» (Gál. 2:19, 20). Es un cambio paradójico: para vivir hay que morir; morir al mundo, morir al pecado.

