Los que lloran
“Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados” (Mat. 5:4, NTV).
Las plañideras eran mujeres contratadas para llorar en los entierros. Esto obedecía a una costumbre no solo del pueblo judío, sino del pueblo egipcio y de otras civilizaciones que incluso la han mantenido hasta hoy, como en México.
Había una plañidera que daba el tono de tristeza para que el resto la siguiera, según el tipo de muerto.
Pero al hablar del llanto en el Sermón del monte, Jesús no se refería a estas mujeres. Tampoco hacía referencia al llanto ocasionado por la melancolía o los lamentos.
Sí está relacionado con el arrepentimiento sincero, que a su vez es consciente de la limpieza que Cristo puede traer por medio del perdón, y con el pesar que viene con las pruebas, que después se transformará en gozo.
Dios no desperdicia nuestro dolor. Puede usarlo y transformarlo en bendición más adelante de formas que ni imaginamos.
“Dios no desea que quedemos abrumados por una silenciosa tristeza […]. Quiere que alcemos los ojos y veamos su querido rostro amante. El bendito Salvador está cerca de muchos cuyos ojos están tan enceguecidos por las lágrimas que no pueden discernirlo. […] Su corazón está abierto a nuestros pesares, tristezas y pruebas. […] Podemos apoyar el corazón en él y meditar todo el día en su bondad. Él elevará al alma, por encima de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz” (ibíd, p. 17).
Con Jesús hoy podemos también unirnos en la compasión por el sufrimiento del mundo y, sin dejar que las lágrimas nos nublen la vista, hacer algo por la humanidad doliente.
Quizás hoy no estás llorando, pero dedica tiempo este sábado a pensar cómo tus motivos de tristeza pueden ser transformados en bendición para tu vida y la de los demás.
Esa sal derramada puede luego convertirse en la sal de la tierra…