Al agua
Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros. Josué 3:5.
Habían pasado mucho tiempo en el desierto, así que su fuerte no eran los temas relacionados con el agua. Y estaban allí, frente a un río Jordán tan caudaloso como peligroso. ¿Cómo lo harían? ¿Construirían un puente? ¿Harían balsas? ¿Esperarían a poder vadearlo? Josué se colocó ante el pueblo y dio las instrucciones. Y la alegría se desató por el campamento.
Hicieron análisis de conciencia (una buena dedicación a Dios comienza así), arreglaron los problemas de relaciones, se lavaron y se vistieron con sus mejores prendas. Era un día solemne, y todos querían estar listos para el momento del milagro. Era como una gran iglesia al aire libre, y los participantes se habían puesto sus mejores galas. No sabían muy bien cómo iba a suceder, pero habían oído de sus padres y sus abuelos la historia del mar Rojo, así que, esperaban una manifestación divina sobrenatural. Allí, al frente, estaba el arca. Brillante, limpísima y digna de admiración. La rodeaban sacerdotes completamente inmaculados, barbas aceitadas y poses elegantes. En cierto momento, Josué dio las instrucciones y se dirigieron al agua.
Supongo que, entre el silencio, muchos se preguntaban qué era eso de ir al agua. No se había abierto el río, ni un gran viento había soplado. En el momento exacto en que los sacerdotes tocaron con sus pies el río, se hizo el cauce seco. Y eso no es casualidad.
Al principio, silencio; después, júbilo y algarabía. Y los sacerdotes se colocaron con el arca en medio del río y todos pasaron. No solo pasaron sino, además, construyeron un recordatorio en una de las orillas y otro en el medio del río. Y se permitieron darle cierta pompa haciendo un desfile militar. Todo, mientras el río estaba completamente seco. Al final, los sacerdotes y el arca terminaron de cruzar y las aguas volvieron a su cauce.
El momento más solemne, como suele suceder, fue cuando los sacerdotes dieron ese paso de fe y entraron al agua. Un acto solemne que podemos vivir cada día. Es cuestión de no temer mojarse.