Los brazos eternos
«El Dios eterno es tu refugio, su eterno poder es tu apoyo; hizo huir de tu presencia al enemigo y a ti te ordenó destruirlo» (Deuteronomio 33: 27).
Todos tememos la presencia del peligro. Pero nuestros más grandes temores no nacen de lo que conocemos, sino de lo desconocido.
Alguien nos cuenta que visitó la ciudad de San Francisco en 1937, poco antes de que el famoso puente Golden Gate fuera terminado. Él cuenta: «Subí a lo alto de una de sus torres de más de doscientos metros. La neblina me rodeaba y soplaba un vientecillo frío. Mirando hacia la bahía de San Francisco sentí que el miedo me oprimía el corazón. ¿Cómo pudo alguien trabajar aquí? —me preguntaba—. Lo más importante para un hombre es su seguridad. Más tarde me enteré de que el temor había sido un problema. Los obreros sabían que por cada millón de dólares que se gastaba en la construcción de un puente, un obrero probablemente perdía la vida. El presupuesto del Golden Gate era de treinta y cinco millones, y en consecuencia se perderían treinta y cinco vidas. Cada trabajador estaba obsesionado con el temor de que él pudiera ser uno de los treinta y cinco, y así se obstaculizaba el avance de la obra.
»Entonces alguien sugirió que se colocara una gigantesca malla de sogas por debajo de todo el largo puente. Si un hombre caía, sería recogido por la malla. La idea se concretó a un gran costo, pero resultó excelente. Los obreros trabajaron con más rapidez y eficacia. Tenían una respuesta tranquilizadora a la pregunta: “¿Qué pasará si me caigo del puente?”».
Tú al igual que yo vivimos como si estuviéramos sobre un puente donde cada uno tiene distintas responsabilidades. Cada día trae pruebas, privaciones, chascos y tristezas. Pero no hemos de temer o preocuparnos. Nuestro Padre nos conoce y ha provisto de una gigantesca malla de sogas para socorrernos.
R. C. Sproul afirma: «Estamos seguros, no porque nos aferramos fuertemente a Jesús, sino porque él nos sostiene fuertemente a nosotros». Hoy puedes tener la seguridad de que tu Padre conoce tus caídas, pero está allí para levantarte. Presta atención al consejo del apóstol: «Dejen todas sus preocupaciones a Dios, porque él se interesa por ustedes» (1 Pedro 5: 7).