Disfrutar la tierra
Me regocijaba con la parte habitada de su tierra, pues mis delicias están con los hijos de los hombres. Proverbios 8:31.
Pasear por el parque nacional de Tierra del Fuego (Argentina) es una de las experiencias más fascinantes que se puedan vivir. La vista de guindos y canelos con formas sinuosas y texturas impresionantes solo es superada por las calas del fiordo de Bahía Lapataia. Los llao llao se instalan sobre los plateados ñires dando matices anaranjados al bosque. La tierra oscura y húmeda nos recuerda que el 65 % de Isla Grande es una tierra fértil denominada turba. Quizá, por ello, sea uno de los lugares mejor oxigenados del planeta.
“Hombre” es una palabra que deriva de un término que hace referencia a la misma tierra. No hablamos de barro o de lodo, sino de esa tierra fértil que genera vida. Pertenecemos a esa parte habitada de la Tierra que tanto aprecia la Deidad.
Es interesante observar que Dios coloca a la persona en el hábitat que le es connatural. El hombre era un ser armónico con la tierra, y Dios lo puso en ese huerto-jardín que era el Edén para que potenciara su desarrollo. El hombre, un ser creativo, tenía la misión de trabajar y cuidar para embellecer el ambiente que le había sido asignado, y la función no ha cambiado. Seguimos siendo esas personas que tienen bajo su cuidado el porvenir de este mundo. Tenemos la responsabilidad de aportar lo mejor de nosotros para lograr atmósferas saludables, tanto sociales como ambientales.
El monje Isaac de Nínive sabía que “hombre” y “humildad” derivan de la misma palabra. Por eso se atrevió a decir que la venida de Jesús en humildad clarificó la verdadera naturaleza del hombre. El mismo Cristo que creó el Edén, en su momento más divino, se arrodilló en el Jardín de los Olivos, en su momento más humano. No, no fue una cuestión de sumisión sino de encuentro, encuentro con la esencia de la persona: mejorar, cuidar y salvar este planeta. Un cristiano, si de verdad lo es, se compromete con lo mejor para que este mundo continúe siendo jardín. No es este un compromiso que surge de la obligación sino de su verdadera naturaleza. Es, además, un compromiso que se disfruta, que se celebra.
Vivimos tiempos de incertidumbre y alienación. Multitud de situaciones nos rodean con sus sucedáneos de vida, sus circunstancias que desdibujan nuestra identidad. Por eso, cuando sientas que apenas eres polvo, sin un objetivo claro de tu existencia, ponte en manos de tu Creador. Él, como el primer día, soplará su Espíritu de vida y te hará su criatura de nuevo.