Eres lo que comes
«Óiganme bien y comerán buenos alimentos, comerán cosas deliciosas» (Isaías 55: 2).
Durante las vacaciones, Graciela trabajaba en un consultorio odontológico. Limpiaba el laboratorio, respondía las llamadas telefónicas y a veces ayudaba al dentista mientras atendía a un paciente.
Cuando observaba a los niños y adolescentes que acudían a que les revisaran la dentadura, Graciela se sorprendió al ver que muchos de ellos tenían caries en los dientes y las muelas. Un día preguntó al dentista por qué tenían los dientes en tan mal estado. El dentista le contestó:
— La razón principal es por lo que comen y beben. Comen mayormente alimentos chatarra, desprovistos del calcio y otros nutrientes necesarios.
— Entiendo —afirmó Graciela—, hace unos días oí decir a una madre que pagaba la cuenta, que sus hijos tomaban muchas bebidas gaseosas dulces.
— Sí —confirmó el dentista—, esos niños y adolescentes a menudo beben refrescos muy azucarados. Además, comen toda clase de chocolatines y golosinas.
Pero no comen los alimentos que debieran, como verduras en ensaladas y en guisos.
Graciela había aprendido que debemos glorificar a Dios con nuestro cuerpo. Pero eso no le resultaba fácil, especialmente cuando otros muchachos y chicas iban a la hora del almuerzo a servirse rosquillas o buñuelos, barras de chocolate y bebidas dulces, porque no les gustaba la comida de la cafetería del colegio. Algunas compañeras se preocupaban por comer mejor. Le habían preguntado si su mamá les enseñaría a hacer ese delicioso pan de harina de trigo integral, es decir, harina sin refinar, que ella llevaba al colegio con su comida.
En eso entró un niño sosteniéndose la cara con una mano. Dijo muy afligido que le dolía una muela. Graciela lo hizo pasar y le indicó que se sentara en el sillón dental. Sintió pena por el pobre chico. Lamentaba que tanto él como otros niños y jóvenes no habían aprendido que la actitud debida hacia los alimentos sanos y nutritivos significa vivir con salud y sin molestias en el cuerpo.
En 1850, el filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach escribió: «Somos lo que comemos» , con mucha razón. Y tú, ¿prestas atenciones a lo que comes? Aplica hoy el siguiente consejo inspirado: «Si ustedes comen, o beben, o hacen alguna otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10: 31, RVC).