Ahí, al lado
¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová, nuestro Dios, en todo cuanto le pedimos? Deuteronomio 4:7.
Hay personas que imaginan a Dios durmiendo en sus laureles y nubecillas mil. Su religión es tan latente que apenas si visualizan a Dios. Allá, en su olimpo personal, el dios-marmota dormita aletargado, porque hay gente que ha dejado sus creencias en pausa.
El salmo 23, recurriendo a la imagen de un pastor de ganado menor, describe como pocos textos la naturaleza de proximidad y el acompañamiento de Dios. David lo llama “mi pastor”, y no es debido a que fuese un empleado de su granja que estaba a su servicio (algo que muchos piensan de Dios). Lo llama “mi” porque existe una fuerte relación entre ambos. Aclaro que no es una “conexión”, sino una “relación”. ¿Cuál es la diferencia? Una conexión es un mensaje de felicitación a través de una red social (¡se generan automáticamente!), y una relación es que tu amigo se te presente en casa con un regalo y un gran abrazo. David tenía una relación tan bella con Dios, nuestro Dios, que los convertía en íntimos. Así fue como descubrió que a él le gusta darnos lo mejor (23:2), animarnos cuando andamos “depres” (23:3, 4), estar ahí cuando lo pasamos mal (23:4), crear buenos ambientes cuando hay mal rollo (23:5). Y, por ello, se pasaba el día en su casa (23:6).
Dios se mete en nuestra vida, nos guste o no. No lo hace por fisgón sino porque nos quiere, porque le agrada departir con nosotros. Es un Dios tan cercano que lo sentimos dentro, compartiendo corazones. Nuestro Dios se introduce por cada resquicio de nuestra vida. Tiene “boca y habla”, constantemente nos motiva a ser gentes de bien, sea por consejos o por exhortaciones; tiene “ojos y ve”, constantemente estamos en su mirada, sea por alegría o por tristeza; tiene “orejas y oye”, constantemente presta atención a nuestras palabras, sea por agradecimiento, queja o petición para proceder con la sabiduría del omnisciente. Es un Dios vital.
No recuerdo la primera vez que sentí a Dios, mi Dios, nuestro Dios. Parece que siempre haya estado ahí, a mi lado. Me acompañó en los momentos difíciles y en los felices. Le gusta extender su brazo, ponerlo sobre mi hombro y que paseemos juntos mirando esa puesta de sol irisada o ese arcoíris que ha preparado para mí.
¿Sabes?, no quiero quedarme esa imagen solo para mí, te la regalo (y no te imaginas lo que disfruto al decirte esto), porque su promesa de cercanía no es algo exclusivo. También es para ti.