Inversamente proporcional
“A él le toca crecer, y a mí menguar” (Juan 3:30, NVI).
No sé si sentiste celos alguna vez. Lo más probable es que sí. Es una de las cosas más frecuentes y difíciles de enfrentar como seres humanos. Hasta se ha asociado un color a esta sensación que tan destructiva resulta para muchísima gente y relaciones.
Juan no estuvo exento de esta tentación. Toda su vida se había dedicado a un objetivo que parecía cumplido. El problema es que ya no ocupaba ni un tercer plano en la escena. O, al menos, sus seguidores lo consideraban un problema. Fueron preocupados a contarle que ahora todos seguían al nuevo Maestro que también bautizaba.
Pocas veces nos detenemos a pensar qué hubiera pasado realmente si Juan hubiese caído en esta trampa. Vemos como algo hasta “esperable” que no haya caído en esta tentación y haya actuado de forma incondicional y cómplice con su primo y Salvador.
Pero a la hora de la verdad, a nosotros no siempre nos resulta fácil sobreponernos a tentaciones mucho menores con relación a este tema.
Ante nuevos proyectos más promisorios o líderes más capacitados, muchas veces actuamos de forma contraria a la que actuó Juan.
“A él le toca crecer, y a mí menguar”. ¡Cuántas cosas cambiarían si esa fuera nuestra forma de actuar!
Juan tenía claro que todo lo bueno venía de Dios y que solo si Jesús ocupaba el rol protagónico podría cumplirse el plan de salvación que él tanto había predicado.
“Los que son fieles a su vocación como mensajeros de Dios no buscarán honra para sí mismos. El amor por el yo desaparecerá en el amor por Cristo. Ninguna rivalidad mancillará la preciosa causa del Evangelio. […] Elevarán a Jesús, y con él la humanidad será elevada” (ibíd, pp. 151, 152).
¡Qué desafío y qué promesa!
Te invito a adoptar esta frase como uno de tus lemas de vida, a aceptar este crecimiento inversamente proporcional y a ser parte del plan transformador para el mundo.