Motor de arranque
Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Salmo 39:7.
Años atrás, un amigo y yo decidimos hacer un viaje en su viejo coche. Ya llevaba algún tiempo con problemas, pero unos días antes de viajar constatamos que no funcionaba el motor de arranque. Como éramos tan jóvenes como inconscientes, decidimos realizar el trayecto aunque el vehículo tuviera ese “problemilla”. La situación era muy curiosa: cada vez que parábamos para echar gasolina, comprar comida o por cualquier otra situación, luego debíamos empujar el coche para que arrancara. Como yo no conducía, casi siempre me tocaba salir del vehículo y empujar con todas mis fuerzas. Nos reímos mucho en ese viaje, pero sobre todo, fui consciente de lo importante que era esa fuerza motriz que lo iniciaba todo.
Hace tiempo que venimos viajando con el cristianismo y, quizá sin darnos cuenta o porque la inercia de la espiritualidad del pasado nos engaña, no hemos comprendido las irregularidades en nuestro motor de arranque. Cuando, por los problemas de este mundo, nos paramos e intentamos salir adelante, descubrimos que las cosas no están como debieran estar. Es cuando nos preguntamos: ¿Y ahora qué? ¿Qué va a pasar con mi vida? ¿A dónde me lleva esta situación? ¿Qué esperaré? Algunos ponen su confianza en la estabilidad económica, pero las circunstancias económicas varían y su confianza se diluye. Como dice el salmista: “Ciertamente, como una sombra es el hombre; ciertamente, en vano se afana; amontona riquezas y no sabe quién las recogerá” (Sal. 39:6). Otros se enfocan en la salud, pero tarde o temprano la salud merma y su enfoque se desdibuja. También, en palabras de David: “Diste a mis días término corto y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente, es apenas un soplo todo ser humano que vive” (39:5). Y están los que se apoyan en la vida social, pero el ser humano es inestable y es un soporte desequilibrado. Entonces, ¿en quién podemos esperar? Ya lo dijo Juan en el primer versículo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo”. Esto es, el motor de arranque es Jesús.
No hay mayor motivación que saberte querido por Dios y constatar que entregó a su Hijo por ti. Esa comprensión fortalece la confianza en Dios, y esa confianza, naturalmente, deriva en esperanza. Sea cual sea la adversidad que tengas, Dios no te va a fallar. Solo debes tomar la llave de la oración y girarla. En el momento en que haces contacto con Jesús, todo comienza a moverse y tu viaje hacia el carácter idóneo continúa.
Una sola oración y toda la potencia del universo.