A orillas del mar
“Al instante dejaron las redes y lo siguieron” (Mat. 4:20, NVI).
La noche ha terminado.
Jesús quiere estar solo un rato más, pero la gente comienza a llegar. Nadie sabe qué va a pasar ese día.
Al menos Pedro no sabe. Está triste y preocupado. No solo las redes, también el dominio que gobierna con destreza le ha fallado esta vez. Juan el Bautista está en la cárcel; a Jesús lo rechazan por donde va. ¿Qué será de su vida?
“En su sermón, Jesús tenía presente otros auditorios, además de la muchedumbre que estaba a orillas de Genesaret. Mirando a través de los siglos, vio a sus fieles en cárceles y tribunales, en tentación, soledad y aflicción. Cada escena de gozo, o conflicto y perplejidad, le fue presentada. En las palabras dirigidas a los que lo rodeaban, también decía a aquellas otras almas las mismas palabras que les habrían de llegar como mensaje de esperanza en la prueba, de consuelo en la tristeza y de luz celestial en las tinieblas. Mediante el Espíritu Santo, esa voz que hablaba desde el barco de pesca en el Mar de Galilea, sería oída e infundiría paz a los corazones humanos hasta el fin del tiempo” (El Deseado de todas las gentes, p. 212).
Jesús estaba pensando en toda la multitud, pero también estaba pendiente de Pedro.
Aferrado a los pies de su Maestro le dijo que se apartara porque era pecador. Esa misma dicotomía es la que debiéramos experimentar más a menudo: ser conscientes de quiénes somos, de quién es Dios y, a pesar de eso –o justamente por eso–, aferrarnos a él para siempre.
“Es obra de Satanás desalentar al alma, y es obra de Cristo inspirarle fe y esperanza” (ibíd, p. 214).
La noche ha terminado.
Un nuevo día ha comenzado y hay situaciones a las que te enfrentas que parecen más imposibles que nunca.
Es hora de dejarlo actuar.
Te animo a que descargues alguna foto del mar de Galilea en tu celular y la mires a lo largo del día para recordar que Jesús está listo para hacer milagros en tu vida y convertirte en pescador de hombres.