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«Hay más dicha en dar que en recibir» (Hech. 20:35)
¿Alguna vez te has preguntado quién fue el hombre más rico que haya existido sobre la tierra? Según el New York Times, esa persona fue John D. Rockefeller. Desde una edad temprana, estableció la filosofía de su vida: «No trabajes por el dinero, deja que el dinero trabaje por ti». A los 23 años, Rockefeller ya era millonario. A los
50, acumulaba miles de millones y era conocido como «el hombre más rico del mundo». Llegó a controlar el noventa por ciento de la extracción, refinación, transporte y distribución de petróleo en Estados Unidos.
A pesar de su inmensa fortuna, Rockefeller era un hombre miserablemente rico. En su obsesión por acumular riquezas y alcanzar el éxito, sacrificó su salud. A los 53 años, su cuerpo estaba deteriorado por enfermedades, y se dice que los médicos le dieron menos de un año de vida. Su deterioro físico tenía sus raíces en su actitud egoísta; deseaba monopolizar todo para sí mismo, sin compartir con los demás. Su lema en los negocios era: «La competencia es un pecado, por eso la eliminamos». Ahora la codicia lo estaba destruyendo. El hombre que podía comprar cualquier restaurante del mundo tenía que seguir una dieta de leche y galletas.
Durante esta crisis, Rockefeller reevaluó su vida y tomó una decisión trascendental: compartir una parte de su fortuna con los demás. Comenzó a contribuir con iglesias, hospitales e investigaciones médicas. Al reflexionar sobre su propia mortalidad, se cuestionó por qué no invertir en algo que perdurara más allá de su propia existencia. Fundó la Universidad de Chicago y la Universidad Rockefeller en Nueva York. Este cambio radical no solo revitalizó al magnate, sino que también le devolvió la salud. Su generosidad demostró ser terapéutica; tanto es así que John D. Rockefeller vivió hasta los 97 años.
Las palabras de Cristo conservan hoy en día el mismo valor que cuando él las pronunció: «Hay más dicha en dar que en recibir». Vivir una vida de servicio abnegado no solo beneficia a otros, también nos hace bien a nosotros mismos. El investigador Philippe Tobler, de la Universidad de Zúrich, afirmó: «No es necesario convertirse en un mártir abnegado para sentirse más feliz. Basta con ser un poco más generoso» («Genetic Guide to True Happiness», The Week, 13 de septiembre de 2013, p. 24). «Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo», ¿no te parece que podemos dar un poco más?