Espera activa
No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros. Juan 14:17.
El general responsable por el archipiélago de las Filipinas en la II Guerra Mundial se llamaba Douglas MacArthur. Se encontraba rodeado de tropas militares japonesas en la zona de Manila cuando recibió la orden de abandonar el lugar para defender las bases estadounidenses de Australia. Él quería seguir allí aunque pereciese, pero el mandato era inapelable. Antes de marcharse, dijo una frase que se convirtió en un símbolo: “¡Volveré!” Como MacArthur tenía una fama probada de cumplir lo que decía, la expresión se convirtió en una promesa y un símbolo. Los estadounidenses la empleaban introduciendo productos entre las filas japonesas (tabaco, chicles, alcohol) con la frase para desanimar a sus enemigos. Llegó a ser un problema tal, que cualquier militar japonés al que se le hallaba alguno de esos productos era inmediatamente ejecutado.
Jesús estaba al final de su período en esta Tierra. Antes de despedirse de sus discípulos tuvo varias charlas con ellos, para posicionarlos y para darles ánimo. En cierto momento deja las cosas claras: se va a marchar, pero volverá. Esa promesa impregnó el corazón de sus seguidores de tal manera que se convirtió en un saludo. Maranata, “el Señor viene”, sustituyó al tradicional salom, ‘paz’, o al mesiánico baruj haba, ‘bendito el que viene’. Sencillamente, porque además de paz tenían gracia, y la ilusión se había convertido en esperanza. Hasta hoy vivimos aferrados a esa frase. La anhelamos porque es la única solución al contexto en el que vivimos. Los enemigos de Dios tiemblan cuando repetimos esa sencilla expresión porque avivamos los anhelos de su venida.
Pero la frase de Jesús era más completa que la de MacArthur. Añade que no nos dejará huérfanos, que mientras vuelve no vamos a estar solos. Es la promesa del Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestras comunidades. Es el descubrimiento de la Gracia y la vida en ella, es la interiorización de nuestros dones y la misión que conllevan. Es vivir en el Reino de los cielos aunque aún no haya llegado. La nuestra, gracias al Consolador, es una espera activa, una espera dinámica. No nos hemos sentado a la puerta de casa a ver quién pasa. Hemos construido iglesias, hospitales, centros educativos, espacios de solidaridad para ayudar a la gente que pasa mientras Cristo vuelve. Y lo hacemos porque el Espíritu Santo pone en nuestro corazón el anhelo de compañía. Saber que Cristo vuelve es saber que no estamos solos, y esa experiencia se tiene que vivir en grupo.
“Volveré a vosotros” es una bella promesa que nos hace crecer.