Una mirada en el templo
“Y les dijo: –En las Escrituras se dice: ‘Mi casa será declarada casa de oración’, pero ustedes están haciendo de ella una cueva de ladrones” (Mat. 21:13, DHH).
En el auditorio de mi universidad se hacen grandes eventos cada año. El enorme gimnasio se llena de miles de personas y es difícil escuchar algo en el murmullo. Pero en algún momento en que oramos, todo queda en silencio.
No sé si alguna vez viviste esa experiencia en la que una multitud de repente se calla. El contraste es notorio.
Ese día el ruido también era increíble. Había muchos animales y gente que venía de todas partes y de todas las clases sociales. Se escuchaba a los cambistas gritar, y a los diferentes dueños de animales ofrecer lo que tenían para vender. Pero eso no era un gimnasio. Parecía un mercado, pero era el templo.
De repente, todo quedó en silencio.
De esa escena quizá tenemos la primera imagen de Jesús azotando un látigo y reprendiendo a todos por su falta de reverencia. Pero Elena de White cuenta que antes de eso hubo una mirada a la que nadie pudo resistirse. La gente se dio cuenta de que alguien importante estaba allí y, de a poco, comenzó a reinar el silencio. La mirada de Jesús transmitía algo celestial y demostraba conocer lo más íntimo de sus pensamientos e intenciones.
Pero además de dar la necesaria reprensión, Jesús se sentó a ayudar a los necesitados. Sanó enfermos, abrazó a los despreciados y, con su mirada de amor, cambió la historia de ese día. Comenzaron a escucharse testimonios de gratitud y el templo se convirtió en lo que debía ser: un lugar donde encontrarse con el Salvador, en la condición en la que estamos, para de ahí salir a contarle al mundo lo sucedido en ese encuentro.
No sé en qué situación te encuentra la mirada de Jesús hoy, pero aunque sea de reprensión, no le tengas miedo ni te pierdas de ese momento de encuentro con él después. Será de gran bendición.