El encuentro que nunca fue
“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mat. 11:5).
Jesús no fue hacia Juan para encontrarlo en su abandonada celda. Sus discípulos eran quienes lo visitaban de vez en cuando. Ellos tenían acceso a la cárcel y le llevaban noticias de todo lo que iba sucediendo. Pero también fueron los que poco a poco sembraron dudas en él. No entendían el destino de su antiguo mentor y eso hizo que Juan comenzara a preguntarse si realmente Jesús era el Mesías.
Juan no comprendía del todo el ministerio de Jesús. Esperaba otro tipo de acción poderosa al comenzar su ministerio: que derribara el orgullo del opresor, que librara a los pobres y a los que clamaban. Pero las cosas no estaban saliendo así. El yugo romano seguía pesado y Jesús no parecía estar haciendo mucho al respecto. Juan esperaba una reforma como en los días de Josías y Esdras. Pero ¡hasta sus propios discípulos dudaban de este maestro! ¿Acaso había sido en vano todo lo que había hecho, predicado y sacrificado?
Aún así, no renunció a su fe. Recordaba la paloma que había descendido, la voz que había escuchado desde el cielo, la pureza de Jesús y el testimonio de las profecías.
Decidió enviarle un mensaje a Jesús. ¿Era él a quien estaban esperando, o debían esperar a alguien más? ¿Es que, si hubiese sido un profeta falso, Jesús lo hubiera reconocido? ¿Quién defendería a Juan? ¿Cuánto importaba su nombre, prestigio o autoridad? ¿Dónde estaba ese Mesías?
El encuentro no se efectuó. Tampoco había sido solicitado en realidad. Nacía de la duda y a la vez mostraba una esperanza a la que el cuestionador se aferraba desesperadamente.
El cielo aprecia el valor moral sobre todas las cosas. Esa es la verdadera grandeza. De Juan se nos dice que: “Su abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta el más alto tipo de nobleza que se haya revelado en el hombre (El Deseado de todas las gentes, p. 191).
No sé qué dudas tienes hoy, si te sientes abandonado o si tu fe está siendo puesta a prueba. Jesús te envía el mismo mensaje que envió a Juan, y añade: “Y bienaventurado el que no halle tropiezo en mí” (Mat. 11:6).