Fracaso del padre, triunfo del hijo
«No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa» (Isaías 41: 10).
Cyrus era entonces un joven de veintidós años. Observaba a su padre, Robert McCormick, mientras revisaba la nueva segadora. Las cuchillas, montadas en una barra de madera brillaban a la luz del sol.
—¡Vaya máquina! ¡Mira cómo trabaja! —gritó Cyrus.
—La gran prueba está un poco más adelante —le advirtió su padre mientras se acercaba a una parte del campo donde el viento había inclinado el trigo.
Cyrus miraba con ansiedad cómo las escarpias pasaban sobre las espigas dobladas y caídas, presionándolas sobre el suelo.
—¡La máquina es un fracaso! —protestó Robert McCormick tirando de las riendas de los caballos airadamente para detener la segadora—. Durante veinte años he intentado construir una máquina segadora y siempre terminan así, en un fracaso.
—Pero papá —objetó Cyrus—. La máquina cortó bien al principio.
—¡Qué importa! —contestó su padre—. Ninguna segadora funcionará a menos que haga su trabajo bajo el sol o la lluvia, con las espigas bien levantadas o inclinadas. Nunca se puede esperar que un campo tenga todas las espigas perfectas, y tú lo sabes, Cyrus.
—Sí, padre —respondió respetuosamente el joven—, pero creo que de alguna manera podemos lograrlo. Me gustaría probar de nuevo.
—Adelante —le dijo el padre, un tanto desanimado—. Estaría orgulloso de que mi hijo triunfara donde yo fracasé.
Tres años más tarde, en 1834, Cyrus McCormick obtuvo la patente para una segadora que funcionaba en el sol y en la lluvia, con las espigas bien erguidas o inclinadas, y en terreno parejo o desnivelado.
A semejanza de los campos de trigo, la vida no siempre es como uno quisiera. También tiene sus días lluviosos y momentos difíciles. Para triunfar en la vida, necesitamos más que un Dios de días soleados. Necesitamos un Dios para todo el tiempo. Uno que nos pueda levantar cuando estemos derrotados y abatidos. Uno que sepa cómo ayudarnos cuando estemos tristes y agobiados. Jesús afirmó: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28: 20). Pon hoy tu confianza en el cuidado amoroso de tu Padre celestial, y descansa en él.