La fuerza de las palabras
“Hay quienes hieren con sus palabras, pero hablan los sabios y dan el alivio” (Proverbios 12:18).
¿Sabes cuántas palabras eres capaz de decir en un día? Los lingüistas afirman que una persona utiliza quince mil palabras por día, aproximadamente. ¡Un montón! Pero lo más importante no es la cantidad de palabras que dices, sino lo que dices, es decir, los mensajes que transmites.
Las palabras que utilizas demuestran tu carácter. Si quieres saber qué hay dentro de una botella, solo debes abrirla y verter el líquido; asimismo, cuando una persona abre la boca, manifiesta lo que hay en su mente. Jesús afirmó: “De lo que abunda en el corazón, habla la boca” (Mat. 12:34). Y también dijo que seremos juzgados por nuestras palabras (vers. 37).
Desafortunadamente, muchas personas utilizan las palabras en doble sentido, para denigrar, ofender o mentir. El apóstol Pablo menciona lo que debes evitar decir: “Ni siquiera hablen de la inmoralidad sexual ni de ninguna otra clase de impureza o de avaricia. No digan indecencias ni tonterías ni vulgaridades, porque estas cosas no convienen” (Efe. 5:3, 4).
Al filósofo Zenón de Citio se le atribuye la frase: “Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para oír más y hablar menos”. Esto significa que debemos oír el doble de lo que hablamos, ya que cuando hablamos difícilmente aprendamos nada; en cambio, cuando escuchamos, de seguro algo aprenderemos. El proverbista escribió: “El que ahorra palabras tiene sabiduría; prudente de espíritu es el hombre inteligente” (17:27, RVR 95).
En la práctica, para que tus palabras sean una bendición, nunca hables cuando estés enojado, porque de seguro te vas a lamentar; las palabras, por más bonitas que sean, no sustituyen a las acciones: “De todo esfuerzo se saca provecho; del mucho hablar, solo miseria” (14:23).
Por último, no importa cuán sabias sean tus palabras, estas tienen que dirigirse en el momento apropiado; incluso, con tus amigos, en caso contrario, serán como una bofetada. “Saludar al amigo a gritos y de madrugada, es para él lo mismo que insultarlo” (27:14).
Pídele a Dios que te ayude a hablar sabiamente para que tus palabras sean de bendición para otros.