El Día de la Expiación
“En ese día se obtendrá el perdón de los pecados de ustedes delante del Señor, y quedarán limpios de todos ellos” (Levítico 16:30).
Los israelitas se referían a este día como “el gran día” o simplemente “el día” porque era el momento en que se hacía limpieza de los pecados. La celebración era el día 10 del séptimo mes religioso. Esa fecha presentaba el Evangelio de forma visual, ya que estaba relacionado con el problema del pecado, el derramamiento de sangre, la liberación, la limpieza, el perdón de los pecados, la fe en Dios y la condenación al responsable de toda la maldad.
La ceremonia enseña que, mediante Cristo, Dios no solo cubre nuestros pecados, también los elimina y no queda registro de ellos en el Cielo. Este era el día de la reconciliación con Dios. También era un día de juicio. Durante los diez días anteriores la gente tenía la oportunidad de amistarse con Dios, y el Día de la Expiación confirmaba su elección (Lev. 16:7-10).
En esta fiesta, la gente se entristecía por sus pecados al reconocer de que estos destruyen, apartan a Dios, impiden la salvación y serían la razón de la muerte de Jesús en la cruz. Esto también se aplica a nosotros, que vivimos en una época en que para muchos la palabra “pecado” desapareció del diccionario. La gente lo justifica, lo acepta y hasta lo celebra. Sin embargo, la Biblia dice claramente que el pecado es transgresión de la Ley y que su consecuencia final es la muerte eterna (1 Juan 3:4; Rom. 6:23). ¡Cuánto necesitamos la gracia de Dios!
Sentir tristeza por nuestros errores es aceptar que Dios tiene un plan mucho mejor para nosotros que nuestras elecciones. Los que lamentan desobedecer muestran la obra del Espíritu Santo en su corazón, buscan el perdón de todo corazón, y Dios los perdona. En cuanto a esto el apóstol Pablo escribió: “La tristeza según la voluntad de Dios conduce a una conversión que da por resultado la salvación” (2 Cor. 7:10).
Siempre es el Espíritu Santo quien nos convence de pecado, nos guía a Jesús, nos anima y nos fortalece para vivir en armonía con la santa Ley.