El sacrificio del Rey
“Y si alguien le pregunta: ‘¿Pues qué heridas son esas que traes en el cuerpo?’, él contestará: ‘Me las hicieron en casa de mis amigos’ ” (Zacarías 13:6).
La razón primordial por la que Jesús vino a esta tierra fue para tomar nuestro lugar y morir para el perdón de nuestros pecados. Los milagros sorprendentes que realizó y las maravillosas enseñanzas que transmitió no fueron la razón principal para que el Hijo de Dios se hiciera hombre. Jesús vino a este mundo de maldad, dolor e injusticia para enfrentar las consecuencias del pecado y, de esa manera, ser nuestro Salvador y nuestro Intercesor.
¿Intercesor? ¿Qué significa? Un intercesor es alguien que habla en favor de otra persona para conseguirle un bien o librarlo de algún mal. Como todos los seres humanos somos pecadores, merecemos morir, porque “el pago que da el pecado es la muerte…” Pero como Jesús vino a morir en nuestro lugar, se convirtió en nuestro Salvador y nuestro Intercesor porque nos libró de ese mal y gracias a él podemos tener salvación: “…pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom. 6:23, DHH).
Jesús sufrió mucho dolor en la cruz, y eso dejó marcas en su cuerpo. ¿Sabías que en el Cielo el único recuerdo del pecado serán las marcas en el cuerpo de Jesús? Esas marcas nos recordarán su gran amor por nosotros que lo llevó a ocupar nuestro lugar. Elena de White escribió: “Solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ven las únicas huellas de la infame crueldad del pecado. […] La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad” (¡Maranata: El Señor viene!, p. 362).
A pesar de que a Jesús le dolió mucho cada herida que recibió en el cuerpo, seguramente, lo que más le duele es cuando las personas rechazan el gran sacrificio que hizo y deciden no creer en él ni aceptarlo como Salvador. Es tu turno de decidir, ¿aceptarás a Jesús como tu Salvador?