¿Qué hace Moisés aquí?
“Aparecieron dos hombres conversando con él. Eran Moisés y Elías, que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar en Jerusalén” (Lucas 9:30, 31).
Inmediatamente después de la muerte de Moisés, Satanás se jactó ante el Hijo de Dios de lo que él consideró su mayor triunfo: haber hecho caer a Moisés y retenerlo en el sepulcro. Entonces Dios manifestó su poder: lo resucitó “antes de que su cuerpo viese la corrupción” (Primeros escritos, p. 164).
Moisés estuvo triste porque no podía entrar a Canaán, pero Dios tenía un plan supremo. En lugar de la tierra prometida, lo recibió en el Cielo antes de que Israel conquistara la tierra donde fluye leche y miel. En cuanto a esta misma experiencia, Elena de White escribió: “Satanás trató de retener ese cuerpo, reclamándolo como suyo; pero Miguel resucitó a Moisés y lo llevó al cielo” (ibíd.).
Satanás se enojó con Dios por el milagro de la resurrección. Le pareció injusto que lo llevara al Cielo cuando Moisés había pecado. Pero aquí vemos el poder salvador de Dios: no importa cuánto nos equivoquemos, si cambiamos de parecer, nos arrepentimos y le pedimos perdón, él nos garantiza la salvación y ni la misma muerte puede romper la seguridad de que nos encontraremos con Dios en el reino de los cielos.
Catorce siglos después de que Israel conquistara Canaán, Jesús enfrentó en esta tierra muchas experiencias que Moisés vivió. Por ejemplo, el rechazo de la mayoría de las personas. A diferencia de la muerte de Moisés, Jesús enfrentaría la suya en la cruz. Pero con su muerte conquistaría la vida.
¿Quién mejor que Moisés para animarlo en el mayor conflicto de los siglos? Es así que en el “monte de la transfiguración” (porque ahí Jesús manifestó su gloria) apareció Moisés para animar a Jesús a confiar en el plan que había sido diseñado desde antes de la Creación.