Un canto de gratitud
“David entonó este canto al Señor cuando el Señor lo libró de caer en manos de Saúl y de todos sus enemigos” (2 Samuel 22:1).
Siempre es bueno empezar cualquier proyecto con una oración y terminar cada actividad con una oración de gratitud; incluso si el resultado no fue exactamente el que esperábamos. Después de todo, solo Dios sabe qué es lo mejor para cada uno. El autor del segundo libro de Samuel coloca casi al final del libro (y casi al final de la vida del rey David) una oración de gratitud. Es un reconocimiento a Dios: le da todo el crédito de sus logros porque Dios bendijo no solo su reinado, sino también su vida. Encontramos esta oración en el capítulo 22.
La vida de David no fue fácil. Recibió muchos ataques: los osos y los leones que amenazaban su rebaño; sus hermanos pensaban que era menos importante que ellos; el rey Saúl trató de matarlo en el palacio al arrojarle la lanza, y lo persiguió por diez años; enfrentó a muchas naciones y gigantes, especialmente a los filisteos; al final de su reinado, enfrentó la rebelión de su propio hijo Absalón. Todo esto, sin contar los desafíos del día a día de su reinado.
Por eso, David compuso esta alabanza en donde destaca diferentes atributos divinos. Por ejemplo: él es nuestro “fuerte”. Estar del lado de Dios significa que estamos resguardados y podemos resistir los ataques del enemigo. Además, Dios es nuestra “roca”. La roca simboliza constancia y seguridad. Le permite a nuestro cuerpo permanecer seguro. Dios también es nuestro “escudo”. Cuando estamos a su lado, podemos confiar en que el Señor nos cuida y nos defiende, pues es más poderoso que cualquier engaño o tentación del enemigo.
Además, Dios nos garantiza la salvación eterna al presentarse como nuestro “libertador” y “salvador”. Estos términos nos recuerdan que Dios no solo quiere que nos vaya bien en este mundo, sino que también seamos ciudadanos del reino de los cielos: el lugar adonde nos quiere llevar a vivir con él para siempre.