La Pascua
“El día catorce del mes primero, al atardecer, se celebrará la Pascua en honor del Señor” (Levítico 23:5).
La fiesta de la Pascua conmemoraba la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Era algo como la fecha de independencia de cualquier país. La ceremonia tenía tres etapas: sacrificar el cordero, aplicar la sangre en el marco y comer la carne. En esa fiesta, más que festejar a un ejército o un héroe nacional, se glorificaba a Dios, quien intervino para hacer lo que el pueblo nunca hubiera logrado por su fuerza. Así, la Pascua representa a Jesús que vino a pagar nuestra deuda de pecado para darnos la salvación. ¡Esto sí que era imposible para nosotros! No importa cuán bueno sea alguien, no puede cambiar pasar de ser pecador a salvo. El apóstol Pablo entendió bien el mensaje, y escribió: “Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros” (1 Cor. 5:7). Jesús tenía que morir como el cordero de Dios para que tuviéramos libertad. Aunque Jesús vivió sin pecado, hizo muchos milagros y compartió muchas enseñanzas, pero nada de eso era suficiente. Tuvo que morir.
Durante quince siglos Israel celebró fiestas de Pascua. En los días de Cristo, se calcula que se sacrificaban 240.000 corderos en Jerusalén cada vez que se celebraba esta fiesta. Finalmente, llegó el día esperado, pero la mayoría no reconoció a Jesús en ese momento. Recién un tiempo después, en el día del Pentecostés, muchos lo aceptaron.
Hoy ya no es necesario sacrificar corderos, pero sí podemos recordar el sacrificio perfecto del Hijo de Dios. Antes de su muerte, Jesús estableció la Cena del Señor, un recordatorio de nuestra salvación y una forma de renovar nuestro pacto con él.
En esa ocasión Jesús dijo que no volvería a beber jugo de uva hasta el día en que lo comparta con nosotros en el reino de Dios (Mat. 26:29). ¿Te estás preparando para ir al Cielo y beber jugo de uva con Jesús?