Juan el Bautista
“Una voz grita: ‘Preparen al Señor un camino en el desierto, tracen para nuestro Dios una calzada recta en la región estéril’ ” (Isaías 40:3).
Estas palabras del profeta Isaías se refieren a Juan el Bautista (quien vivió muchos años después de él), tal como podemos ver en los cuatro evangelios. Jesús se refirió a Juan con las siguientes palabras: “Les digo que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él” (Luc. 7:28). Es decir, Juan cumplió una gran misión predicando la llegada del Mesías, aunque no llegó a presenciar el cumplimiento de la muerte de Jesús en la Cruz.
En la antigüedad, cuando un rey iba a emprender un viaje por su territorio, enviaba a hombres con días de anticipación para que removieran las piedras o cualquier obstáculo del camino que pudieran impedir el paso. Además, nivelaban (o emparejaban) el camino de tal manera que el viaje fuera placentero para la comitiva real. La función de Juan el Bautista fue como la de estos hombres, él vino a “nivelar” y limpiar el camino para la llegada del Mesías.
La condición espiritual de los judíos no era favorable, pues la rutina, las ceremonias y el exclusivismo dificultaban que ellos desarrollaran su fe en Dios. Juan fue a predicar al desierto y, aunque su ministerio se hizo muy conocido en la población, él sabía cuál era su función: no era atraer la atención a sí mismo, sino señalar al “Cordero de Dios” (Jesús).
La fortaleza espiritual de Juan el Bautista provenía de su confianza en Dios. Tan firme era su convicción y su entrega a su tarea, que Jesús lo comparó con el profeta Elías, quien también manifestó esas cualidades (Mat. 11:13, 14).
Hoy Dios envía al embajador celestial que es el Espíritu Santo para quitar de nuestro camino ideas e influencias que nos alejan de él. Permite que el Espíritu Santo moldee tu mente y te haga receptivo a la verdad que Jesús ejemplificó.