La integridad
“A los hombres rectos los guía su rectitud; a los hombres falsos los destruye su falsedad” (Proverbios 11:3).
En 2014 escuché que, en una sesión de preguntas y respuestas, el Ejecutivo Nacional de México declaró que el problema de la corrupción en su país “es un asunto, a veces, cultural”. Desafortunadamente, muchos hemos sido afectados por este mal. Pero, aunque algunos consideren que este asunto es propio de un país, la realidad es muy diferente. Pues en los tiempos bíblicos ya existía la corrupción.
Salomón habla de los fraudulentos comerciantes que vendían menos de lo que decían por la misma cantidad de dinero, usando “pesas falsas y medidas con trampa […] que el Señor aborrece” (Prov. 20:10). Hoy puede ocurrir lo mismo, y debemos tener cuidado de no ser estafados. Desafortunadamente la naturaleza humana tiende hacia el mal. El apóstol Pablo declaró: “Todos se han ido por mal camino; todos por igual se han pervertido. ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!” (Rom. 3:12).
¿Por qué ocurre esto? En el principio, Dios creó a Adán y Eva a su imagen y semejanza, es decir, eran parecidos a Dios tanto físicamente como en su interior, no tenían pensamientos corruptos ni cometían acciones malas. Pero con la entrada del pecado, esa imagen se desvaneció y, tristemente, la falta de integridad comenzó a reflejar la imagen de Satanás.
Entonces, ¿esto será así para siempre? ¡Felizmente, no! Necesitamos rendirle a Dios nuestra vida entera. El Señor puede fortalecernos y hacernos más parecidos a él hoy. El apóstol Pedro nos asegura: “Por medio de estas cosas nos ha dado sus promesas, que son muy grandes y de mucho valor, para que por ellas lleguen ustedes a tener parte en la naturaleza de Dios y escapen de la corrupción que los malos deseos han traído al mundo” (2 Ped. 1:4).
¿Quieres pedirle a Dios que te aparte de la corrupción y te haga más parecido a él cada día?