Los higos buenos y los malos
“Después que Nabucodonosor, rey de Babilonia, se llevó desterrado a Jeconías, hijo de Joaquim, rey de Judá, junto con los jefes de Judá y los artesanos y los cerrajeros, el Señor me hizo ver dos canastas de higos colocadas delante del templo” (Jeremías 24:1).
Cuando Jeremías fue testigo de la invasión babilónica quedó atónito. En medio de su frustración, Dios lo animó con una ilustración de dos cestas de higos: en la primera había higos muy buenos; en la segunda, higos tan malos que era imposible comerlos. Nosotros generalmente comemos el alimento bueno, y tiramos a la basura el alimento malo. Dios le dijo al profeta que la cesta con higos buenos representaba a las personas que estuvieron dispuestas a aceptar la disciplina divina y, sin poner resistencia, se dejaron llevar a Babilonia. Por otra parte, la cesta con higos malos representaba a las personas que hicieron guerra para defender su ciudad, y a las que querían hacer alianzas con otras naciones para evitar el exilio.
Dios vio algo bueno en medio de las dificultades. Vio la invasión como una oportunidad. En Babilonia, muchos del pueblo de Dios tendrían la oportunidad de reconciliarse con él como no hubiera ocurrido en su propia tierra. Por eso, Dios anticipa que los hijos de estas personas regresarían con una nueva actitud, una nueva fe y una esperanza renovada sobre la venida del Mesías.
Dios podía sacar algo bueno para la historia de Israel. Las personas que regresarían no serían perfectas, pero iban a confiar en Dios. El exilio sirvió para darles una nueva oportunidad de ser un pueblo especial con una misión única: recibir al Salvador del mundo y compartir esa noticia. La clave era, y sigue siendo, la actitud del corazón. Desde la perspectiva bíblica, el corazón es el centro de la persona, desde donde practicamos la voluntad y actuamos. Allí nace la verdadera lealtad. La buena noticia es que Dios te ofrece renovarlo para que vivas con fe y esperanza.
¿Quieres un corazón nuevo? ¡Solo tienes que pedirlo!