Salvación por gracia
“Entre tanto, el Señor había dispuesto un enorme pez para que se tragara a Jonás. Y Jonás pasó tres días y tres noches dentro del pez” (Jonás 1:17).
La Biblia no menciona el nombre del gran pez que se tragó a Jonás, pero nosotros podemos llamarlo el pez de la “misericordia”. ¿Qué te parece? Ese pez sirvió para preservar la vida del profeta.
Jonás permanecía tan firme en su decisión que tuvieron que pasar tres días para que clamara a Dios y pidiera ser rescatado. ¿Puedes imaginar lo que se siente estar dentro de un pez? En la profundidad, en la oscuridad, acompañado de olores desagradables (¡puaj!); en realidad, debió haberse sentido como si lo hubieran sepultado vivo. Quizá en algún momento pensó que nunca más vería la luz ni pisaría la tierra.
En aquel desagradable lugar, Jonás reconoció que había obstáculos en su propia vida que le impedían ser plenamente leal a Dios. Él oró: “Los que siguen a los ídolos dejan de serte leales” (2:8). Y esos ídolos no necesariamente tienen que ser objetos materiales (como una estatua de piedra, por ejemplo), también pueden ser actitudes o defectos de nuestro carácter. Un ídolo puede ser la codicia, es decir, un sentimiento que nos hace desear algo que le pertenece a otra persona. Todos los ídolos nos alejan de Dios, pues nos impiden ser leales a él.
En medio de su angustia, al final de su oración, Jonás le dijo a Dios: “Con voz de gratitud, te ofreceré sacrificios; cumpliré las promesas que te hice” (vers. 9). Entonces el pez lo vomitó en tierra firme. ¡Dios lo salvó!
¿Sabías que esta historia se menciona en el Nuevo Testamento también? Y fue el propio Jesús quien habló de Jonás diciendo: “Así como Jonás estuvo tres días y tres noches dentro del gran pez, así también [Jesús] estará tres días y tres noches dentro de la tierra” (Mat. 12:40). ¿Sabes cuándo ocurrió esto? Después de su muerte en la cruz, Jesús permaneció en el sepulcro, pero de manera espectacular resucitó para darnos salvación.
¡Agradécele hoy por su gran amor!