Dios sustenta
“Allí podrás beber agua del arroyo, y he ordenado a los cuervos que te lleven comida” (1 Reyes 17:4).
En los días de Elías, la seguridad no era lo único que necesitaban los fieles a Dios. También necesitaban alimentos para tres años y medio. Dios mostró su poder de diversas formas para satisfacer sus necesidades. En primer lugar, Dios se valió de animales para llevar comida a Elías. Ese milagro se repitió día tras día mientras hubo agua para beber en el arroyo (vers. 6).
Luego, Dios le ordenó al profeta que fuera al lugar menos esperado: al hogar de una mujer pobre. Aunque ella y su hijo vivían más allá de las fronteras de Israel, la falta de alimento también había afectado esa zona. Esta mujer no era parte del pueblo de Dios. Cuando Elías llegó, ella tenía solo un puñado de harina y un poco de aceite (vers. 13). Si el profeta no hubiera llegado, seguro esa iba a ser su última comida antes de morir. Pero Elías la desafió a creer en Dios y a prepararle ese alimento con la esperanza de que Dios iba a suplirle a los tres durante el tiempo que faltaba de sequía (vers. 14).
La mujer creyó al mensaje de Elías; después de todo, lo único que ella podía asegurarle a su hijo era comida para un día, pero Dios le prometió comida para muchos días. ¿De qué le hubiera servido ser egoísta? Ella tuvo fe. Jesús la usó como ejemplo de fe para los judíos egoístas y en Lucas 4:25 y 26.
Hoy nosotros somos como esa viuda. Nuestros mejores esfuerzos sin Dios solo nos aseguran “un día”; en cambio, si aceptamos el ofrecimiento divino, que a veces nos puede parecer extraño o desafiante, Dios nos asegura la vida eterna. Si lo aceptas, tu ejemplo influirá en muchos para que también acepten a Jesús.
Tiempo después, Elías nuevamente llegó a un lugar adonde Dios no lo mandó, con la actitud que Dios no deseaba, y con una oración absurda: “¡Quítame la vida!” (19:4).
A pesar de que a veces podemos orar enojados con Dios, él nos escucha y nos responde. En este caso, Elías necesitaba agua, comida y descanso. Dios le dio todo eso (vers. 5-8). ¡Qué bueno es tener un Dios al que le podemos decir todo, incluso que estamos enojados!