La salvación es personal
“Murieron también todos los israelitas de la época de Josué. Y así, los que nacieron después no sabían nada del Señor ni de sus hechos en favor de Israel” (Jueces 2:10).
Josué y sus contemporáneos murieron y llegó el momento en que sus descendientes recibieron la responsabilidad de continuar con el plan de Dios. Desafortunadamente, ellos desaprovecharon su oportunidad. Su fracaso estuvo en que no habían experimentado el poder de Dios de primera mano. No tenían una relación personal con Dios. Conocían la historia de la liberación de Egipto y todos los milagros que Dios había hecho por sus antepasados, solo en la teoría, pero nadie había decidido “probar” el poder de Dios.
La invitación de Dios es que conozcas y experimentes su poder por ti mismo. Si bien es una bendición tener padres y abuelos que obedezcan y sirvan a Dios, su ejemplo debe inspirarte a buscarlo de todo corazón. La vida cristiana es individual; no se hereda. Cuando Jesús desarrolló su ministerio descubrió que muchas personas nunca entendieron esta idea y pensaban que su nacionalidad judía les garantizaba la entrada al reino de los cielos.
En la época de los jueces Dios permitió que algunos pueblos continuaran existiendo (3:1) para que así la nueva generación, que no conocía el poder de Dios, aprendiera a confiar en él mediante las estrategias de guerra. Cada guerra requería más que soldados, hombres de fe que estuvieran dispuestos a obedecer las “extrañas” ordenes de Dios, su gran Comandante.
Hoy Dios permite que enfrentemos distintos tipos de desafíos, pues solo así algunos lo recuerdan y lo buscan en oración. Así, nuestra fe se desarrolla, el carácter se fortalece, aprendemos a confiar y a depender de Dios y nos preparamos para mayores desafíos y responsabilidades.
No te desanimes ante algún obstáculo. Busca a Dios y sigue sus indicaciones. Así llegarás a conocerlo por ti mismo, cuando responda a tu oración personal.