Esto es el amor: bendecir a quienes nos persiguen
“Bendigan a quienes los persiguen. Bendíganlos y no los maldigan” (Rom. 12:14).
Dios nos ordena bendecir a nuestros semejantes, incluso a aquellos que nos hacen mal. ¿Por qué? Porque las palabras de bendición edifican el carácter de quien las recibe; y ¿quién necesita más la edificación del carácter que la persona capaz de perseguir a otro ser humano? Todavía no se ha dado cuenta de lo mal que está conducirse de esa manera. Si la maldecimos en lugar de bendecirla, más aún le costará entenderlo.
Es posible que la palabra “maldición” te suene un poco dura al oído, y efectivamente lo es, pues significa hacer y desear mal a otro. Maldecir significa hacer mal con las palabras, e incluye denigrar, hacer burla, apocar, poner apodos, criticar y cosas peores; es condenar al otro a la destrucción en todos los aspectos de la vida. Maldecir es el resultado de un corazón endurecido por la soberbia y el orgullo, que solo reconoce como valioso lo que él es.
El amor se expresa bendiciendo; esto implica decir palabras de elogio, y realizar actos de bondad, de cortesía y de cuidado. Cuando bendecimos, nos convertimos en una fuente por donde emana vida. Es preciso desarrollar una actitud de bendición, esparciendo palabras que generen ánimo, fortaleza y búsqueda de lo bueno que hay fuera y dentro de cada persona.
Bendecir es ver a los demás con los ojos de Dios, albergando buenos deseos. Comencemos hoy bendiciendo a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros padres y a nuestro esposo. Bendice tu día, tu hogar y tu existencia; declara con tus palabras la gracia y el amor de Dios, deseando para ti, para los demás y para los acontecimientos de este día lo mejor. Cuando lo hagas, exterminarás la ruina, la pobreza y la miseria de un corazón endurecido por el pecado.
Digamos, como el poeta anónimo: “Es difícil aceptar a las personas como son, y no como yo deseo que sean; es difícil, muy difícil, pero estoy aprendiendo a amar como ama Dios”.