El denominador común
“Un denominador común que nunca cambia es que todos necesitamos saber que lo que hacemos, lo que decimos y lo que somos importa”. Oprah Winfrey
En la tribu bemba de Sudáfrica, tienen una ceremonia maravillosa. Cuando una persona actúa irresponsable o injustamente, la sitúan en el centro del poblado, y todos los hombres, mujeres y niños forman un círculo alrededor. Entonces, uno a uno, comienzan a gritarle las cosas buenas que ha hecho. Le recuerdan a viva voz sus virtudes, buenas obras, fortalezas y actos de generosidad. Y la ceremonia no termina hasta que cada uno ha hecho todos los comentarios positivos que pueda recordar sobre la persona en cuestión. Al final, se rompe el círculo tribal, y la persona es aceptada en la tribu.43
Qué forma tan poderosa de regular a alguien que se encuentra peligrosamente coqueteando con el mal. Está muy en sintonía con esta declaración del psiquiatra estadounidense Bruce Perry: “Sin una conexión con personas a quienes les importamos y que nos apoyan es casi imposible mantenernos alejados de alguna forma no sana de recompensa y regulación”.44 Y si esa conexión viene acompañada de palabras positivas y alentadoras, dichas con amor, tiene la capacidad de llegar al corazón del otro y transformarlo.
Una de las mejores formas de inspirar a alguien a aceptar el perdón de Cristo y de sus semejantes, dejando atrás todo sentimiento de culpa y vergüenza, es mediante palabras de afirmación y cariño. Palabras que acarician y bendicen; palabras que reconstruyen. Lamentablemente, vivimos en una cultura parca en palabras de apoyo y abundante en palabras de descalificación. Es importante contrarrestar ese desequilibrio. Nuestro Dios es un Dios de afirmación, cuyo amor se traduce en palabras que motivan. Por eso da a su pueblo mensajes como: “Yo sé todo lo que haces; conozco tu duro trabajo y tu constancia. […] Has sido constante, y has sufrido mucho por mi causa, sin cansarte” (Apoc. 2:2, 3).
“En la lengua hay poder de vida y muerte”, dice el libro de Proverbios (18:21, NVI). Usemos palabras de afirmación que levanten del polvo al hermano caído, volviéndolo a una vida digna y emocionalmente libre. Palabras que sean sinceras y que conduzcan a Dios, no al orgullo. Palabras que sean como una caricia que dice “sana, sana, colita de rana”. Porque todos necesitamos sanar de alguna herida.
“Las palabras dulces son un panal de miel: endulzan el ánimo y dan nuevas fuerzas” (Prov. 16:24).
43 Tojo Thatchenkery, “Affirmation as intervention”, trabajo presentado en la Conferencia Internacional sobre el Lenguaje en el Desarrollo y la Gestión del Cambio Organizacional, 14 a 16 de mayo de 1999.
44 Bruce Perry, Oprah Winfrey, What happened to you (Nueva York: Flatiron Books, 2021), p. 66.